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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Año nuevo, Historia nueva?. La “Memoria histórica”, los cambios de nombre de calles, el general Moscardó y el Alcázar de Toledo (1936-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Como ya saben quienes leen esta página habitualmente, los temas, muchas veces, me llegan a pie de calle. O poco menos

El que voy a tratar hoy me fue propuesto por un militar retirado con el que he compartido muchas veces mesa y mantel, amablemente invitado por la Asociación de veteranos guipuzcoanos de la que él forma parte, y a la que frecuento por seguir el consejo de John Keegan -especialista en Historia militar del que hablé hace un par de semanas- acerca de que los historiadores que escribimos sobre estos temas (la Guerra, la Historia militar…) debemos frecuentar, cuanto nos sea posible, a quienes conocen de primera mano esas cuestiones. Es decir, los militares profesionales.

El citado militar -que prefiere mantener aquí el anonimato por eludir un protagonismo que no busca- me suministró una serie de datos bastante interesantes recogidos de la tradición oral de aquellos que habían defendido el Alcázar de Toledo. Uno de los primeros hechos de armas de la Guerra Civil española pero que -como ya habrán notado por los telediarios de la semana pasada- sigue siendo caballo de batalla de los dos bandos, cuyos descendientes -sería estúpido y peligroso negarlo- siguen enfrentándose hoy día en España, aunque en combates de más baja intensidad.

El hecho es que el relato que me facilitó el citado militar, a partir de esas fuentes orales de los que estaban en el Alcázar de Toledo entre el 21 de julio y el 27 de septiembre de 1936, da una versión de lo allí ocurrido bastante diferente a la que durante cuarenta años mantuvo el régimen franquista.

Para quienes no estén muy al tanto del tema, paso a relatarles lo que, en sustancia, decía el discurso oficial de la Dictadura. Después, por ir por orden, les contaré el relato que reconstruyeron diversos historiadores entre 1963 y 1999 y, finalmente, hablaremos de las variantes que me facilitó mi informante militar a mí. Empecemos, pues, con el relato oficial del régimen franquista, mantenido, y enseñado en las escuelas como verán por la ilustración adjunta, durante cerca de cuarenta años.

En el Alcázar de Toledo, como en Santa María de la Cabeza, Gijón, Oviedo, San Sebastián, etc… se hacen fuertes mandos y tropas que, por una u otra razón -afinidad ideológica, obediencia debida a mandos favorables a los sublevados, etc…- se alinean con la sublevación que, en breve, liderará Francisco Franco.

Será en el Alcázar de Toledo donde esa resistencia será más enconada, durando esos dos meses largos, resistiendo cortinas de fuego artillero por parte de las tropas gubernamentales -más tarde calificadas por todos tan sólo como “republicanas”-, asaltos frontales  y varias minas que destruyen el edificio en su mayor parte.

Así hasta que el Ejército sublevado consigue abrirse paso hasta Toledo y liberar a los sitiados, obligando a las tropas gubernamentales a retirarse sobre Madrid, donde la guerra se enrocará durante tres años más, presentando esa villa una resistencia no menos numantina que la planteada por los militares que se habían hecho fuertes en el Alcázar.

Bien, a partir de ese 27 de septiembre, Franco, ya mando supremo de la sublevación, pondrá por las nubes al coronel Moscardó, militar de más alta graduación de los parapetados tras los muros del Alcázar. Lo convertirá, de hecho, en un segundo Guzmán el Bueno, aquel caballero que defendió a ultranza la fortaleza de Tarifa en el año 1294, negándose a entregarla a los musulmanes incluso cuando estos amenazaron con matar a su hijo.

La propaganda franquista repetirá ese paralelo hasta la saciedad, creando un relato -visible hasta hace poco en los muros del Alcázar, convertido en un  importante lugar de memoria de la Dictadura- en el que supuestamente se reproducía una conversación telefónica entre el coronel Moscardó, su hijo Luis capturado como rehén por los sitiadores y los jefes de esas tropas sitiadoras.

En esencia los republicanos o gubernamentales exigieron a Moscardó que rindiera la plaza o matarían a su hijo. La respuesta de padre e hijo durante dicha conversación habría sido ejemplar, negándose el padre a rendir la plaza y resignándose Luis Moscardó a ser fusilado por la causa de los sublevados, evitando a su padre la rendición del Alcázar bajo ese chantaje…

Bien, veamos ahora la versión de los historiadores. Según Herbert Southworth, autor, en 1963, de la obra “El mito de la cruzada franquista”, habría elementos más que dudosos en esa versión de los hechos. Sólo para empezar Luis Moscardó, el hijo del coronel sitiado y chantajeado, no era ese adolescente entusiasta de la causa franquista que se refleja en ese relato oficial y se plasmó en 1940 en la película de propaganda fascista “Sin novedad en el Alcázar”. Por el contrario, era un hombre joven más bien hecho y derecho, funcionario de Obras Públicas y, lo más importante, de ideas políticas bastante diferentes a las de su padre, con el que discutía a menudo por esa causa.

Así las cosas, la versión de Southworth, corroborada en 1999 por las investigaciones del profesor Alberto Reig Tapia, daría más visos de realidad a otra conversación menos heroica entre padre, hijo y sitiadores…

¿Y que añadiría a esto el relato que me facilitaron a mí a partir de esa tradición oral que circulaba entre algunas familias de los que habían estado en el Alcázar?. Pues, pásmense, resulta que esa versión vendría a corroborar que Moscardó estuvo lejos de ser el héroe querido por la propaganda franquista, estando mucho más cerca de lo que cuentan obras con decantadas pretensiones de rigor histórico como las de  Southworth y Reig Tapia.

Para empezar, y esto no se recuerda a menudo, a Moscardó le pilló el conflicto a punto de salir para Berlín, a las famosas olimpiadas de 1936, en calidad de jefe del equipo español de tiro. No era, pues, un mando de acción, operativo, sino más bien administrativo y eso explicaría, en gran medida, que en julio de 1936 se  atrincherase en el Alcázar -en lugar de ocupar toda la ciudad- y esperar a que vinieran a rescatarlo los militares a cuyo lado se sentía más próximo ideológicamente.

Según esta versión oral, la supuesta firmeza de Moscardó es más bien discutible. Especialmente con respecto a la crítica conversación telefónica, durante la que, al parecer, otros mandos refugiados con él tras los espesos muros del Alcázar tuvieron que presionarle fuertemente para evitar que se derrumbase ante el chantaje de matar a su hijo…

Finalmente la versión que me fue facilitada -y que puede comprobarse en la lista pública de las fuerzas refugiadas en el Alcázar- recordaba otro hecho que no suele aparecer demasiado en ningún libro de Historia que haya tratado el tema. A saber: la presencia en esa fortaleza de numerosos mandos y efectivos no sólo de la Guardia Civil que, preferentemente y en su mayoría, se alineó con los sublevados, sino de Guardias de Asalto. El cuerpo creado ex profeso por la República y que, se suponía, le era enteramente leal… Algo desmentido por la presencia, confirmada por el relato oral y el escrito, de efectivos de ese cuerpo combatiendo del lado de los sublevados y -esto es un detalle importante- contra sus compañeros que, fieles al Gobierno, trataban de reducir la resistencia del Alcázar en sucesivos y sangrientos asaltos…

Así, según ese relato, que corroboraría el de investigaciones históricas como las de Southworth, nos encontramos, más que ante héroes, ante simples seres humanos subidos, con mayor o menor agrado, al escenario de confusión y miedo que se apoderó de España en el verano, sangriento verano, de 1936 y en el que relatos como el predominante, por imposición de la Dictadura, entre 1936 y 1975, poco habrían tenido que ver con lo que realmente debió ocurrir, donde el sentido práctico, las afinidades ideológicas más o menos tibias -pronto decantadas a punta de pistola, fusil y cañón, como en el caso de Moscardó- fueron lo habitual en lugar de episodios (como el de la famosa conversación telefónica) que, de tan perfectos, resultan imposibles.

Bienvenida, pues, sea la retirada de las placas de calles de Madrid que celebraban a los militares sublevados en 1936. Entre ellos al luego general Moscardó. Pero cuando se haga tengamos en cuenta que, según versiones incluso contrapuestas -la oral de los militares sitiados, la de los historiadores más solventes (pese a ser denostados por los alineados con la línea oficial franquista o neofranquista)…-, en casos como el de Moscardó, parece ser que es bien poca cosa lo que se está retirando.

Tan sólo, según parece, el recuerdo de un hombre, de un militar de filiación fundamentalmente franquista que, más que un héroe de la causa, fue uno más de los arrollados por las nada contemporizadoras circunstancias del verano de 1936 en las que no sabias de qué color sería el pelotón de fusilamiento ante el que te podían poner.

O si, como le ocurrió al coronel Moscardó, pasarías de simple entrenador del equipo de tiro olímpico español a celebradísimo -y recompensadísimo- héroe porque así lo exigía el guión de una dictadura que ojalá jamás hubiese llegado a existir. Por el bien común, por evitar esa fractura que, todavía ochenta años después, sigue dividiendo y privando de una Historia digna de ese nombre a ese estado de la Unión Europea llamado España.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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