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Carlos Rilova

El correo de la historia

El canto de las ametralladoras. Reflexiones sobre la “Gran Guerra” en el centenario de la batalla de Verdún (1916-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Hoy podría, quizás incluso debería, haber hablado en este correo de la Historia, otra vez, de la llamada “memoria histórica”, a resultas de la enésima polémica suscitada por la decisión de la actual alcaldesa de Madrid de retirar estatuas, monolitos, nombres de calles, etc…, claramente relacionados con la dictadura franquista, del mapa de esa villa y corte.

Sin embargo, no voy a hablar de ese asunto. A pesar de estar en un Consejo de memoria histórica, a pesar de ser historiador, a pesar de tener esta tribuna disponible cada lunes. En definitiva: no voy a hablar de ese asunto a pesar de todo.

Por dos razones. La principal porque este tema de la guerra civil española y sus consecuencias están rodeadas de un clima malsano. Lo bastante malsano como para darle de lado. Al menos durante un tiempo y mientras no le requieran a uno por imperativo legal -por así decir- para mediar sobre esta cuestión.

La segunda razón es que estamos en febrero de 1916 y en muy pocas semanas se va a conmemorar el centenario de una de las mayores batallas de la llamada “Gran Guerra” (esa que hoy conocemos como “Primera Guerra Mundial”). De hecho, puede que estemos hablando de una de las mayores batallas terrestres de toda la Historia. Sólo eso, y el cumplimiento de ese centenario, ya hacen que merezca la pena hablar de este tema.

En realidad la batalla debería haber comenzado el 12 de febrero de 1916. Es decir, el viernes que viene se cumplirían los cien años de esa sangrienta efeméride. Sin embargo no empezó hasta el día 21 porque aquel febrero también experimentó bruscos cambios de tiempo. La semana del 12 de febrero de 1916 había traído lluvia, viento, frío. En fin, lo habitual en esos meses y en estas latitudes. como hemos comprobado este fin de semana pasado.

Los alemanes, que eran los que iban a lanzar la ofensiva, decidieron posponerla por esa razón. Algo que le vino muy bien a los franceses, que así pudieron reforzarse ante esta gran batalla que iba a dar un giro a la “Gran Guerra”.

Sí, durante un año, el de 1915, por extraño que pueda parecer, no había pasado gran cosa. Se podría decir que la “Gran Guerra”, la que identificamos con esas escenas de cine en la que grandes masas de hombres armados salen de embarradas trincheras y avanzan por un paisaje de pesadilla, lleno de ruinas, alambre de espino, cráteres de obuses… aún no había empezado.

Los tres últimos meses de 1914 registraron el comienzo de la estabilización del frente, la aparición de las primeras trincheras, el estupor porque la guerra había dejado de ser el paseo militar que muchos, en ambos bandos, esperaban iba a ser, convirtiéndose en el horrible asunto que algunos políticos e intelectuales ya habían intuido a finales del siglo XIX, cuando todos esperaban -algunos casi deseaban- que se armase aquella “Gran Guerra”.

Durante 1915 parece que ambos bandos estuvieron tanteando las líneas, las fuerzas del contrario, limitándose a hostigarse de trinchera a trinchera, pero sin grandes batallas, sin grandes intentos de romper esa absurda -vista desde la distancia histórica- gran línea de trincheras que, ahora hace cien años, atravesaba todo el centro de Europa.

Para comienzos de 1916 el alto mando alemán decidió que se había acabado, que las líneas francesas serían rotas y se lanzaría una ofensiva que, esta vez, a diferencia de lo ocurrido con el famoso episodio de los taxis de París y la batalla del Marne, acabaría con los franceses como en 1870, con la caída de su ciudad capital…

Nada de eso ocurrió. Verdún, una plaza fuerte, que lo había sido desde los tiempos del emperador Carlos V y, por tanto, siempre estaba en disputa entre todas las potencias en liza, supo resistir con los nuevos medios que había puesto sobre el tapete esta guerra en la que se combatía a una escala y con una potencia de fuego -gracias al avance de la Ciencia, por paradójico que pueda resultar- que no se había visto hasta entonces.

Desde el 21 de febrero hasta el mes de julio de 1916 se pudo ver en Verdún qué era una guerra a escala industrial y lo equilibradas que estaban las fuerzas contendientes.

Durante meses, desde el invierno hasta el verano de ese año, se consumieron miles de toneladas de munición pesada y ligera, tanto granadas de obús y similares, para destruir las fortificaciones francesas en torno al eje de Douaumont, como millares de balas disparadas por ametralladoras y fusiles, tratando, por un lado, de romper las líneas francesas y, por otro, de detener los ataques alemanes.

Nadie podía imaginar, o quizás no muchos, hasta dónde llegarían las cosas. El Mundo estaba descubriendo una nueva forma de hacer la guerra.

Algunos seguían pensando que ésta era una guerra romántica, que se luchaba por una buena causa.

Por ejemplo los humoristas españoles que ilustraban revistas con ácidos chistes sobre el fracaso de la ofensiva alemana, a la que veían con muy poca simpatía, como cualquier aliadófilo de pro, que soñaba con ver destruidos los llamados imperios centrales -Austria y Alemania- a los que identificaban estos aliadófilos -gente de ideas avanzadas, progresistas diríamos hoy- con gobiernos tiránicos, retrógrados, incomparables a la Tercera República francesa que ellos tomaban como modelo.

Los soldados de ambos bandos metidos en aquel asunto de tintes apocalípticos tuvieron, por supuesto, otro punto de vista. Uno que algunos, como nos han contado magníficos relatos sobre esos hechos -desde el estrictamente histórico de Marc Ferro hasta las viñetas de Jacques Tardí-, manifestarían un año después con actos claros de motín, con plantes negándose a participar en aquellas absurdas matanzas que pretendían seguir luchando con métodos de la época napoleónica y del Segundo Imperio pero utilizando armas capaces de matar a cientos en cuestión de minutos, con una cadencia de tiro que hubiera hecho palidecer de envidia al mismismo emperador Bonaparte.

Sin embargo, Verdún, que acabó en derrota para los alemanes, no supuso el fin de esta guerra. Y es que había suficientes medios, tanto morales como materiales, para seguir con ella otros dos años más.

De hecho, en julio de ese año de 1916 empezará otra gran ofensiva que se solapa con la de Verdún hasta diciembre. Es la llamada batalla del Somme que demuestra, en efecto, hasta qué punto estaban dispuesto a llevar las cosas hace ahora cien años nuestros bisabuelos.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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