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Carlos Rilova

El correo de la historia

El asesinato de Jo Cox. Algo de Historia sobre la violencia política en Inglaterra (1616-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Supongo que una pregunta razonable tras leer el título de este nuevo correo de la Historia, podría ser qué tiene que ver la Historia con el asesinato de la joven diputada laborista inglesa Jo Cox el 16 de junio de 2016.

La pregunta a una hipotética respuesta como esa podría ser una consigna del movimiento contestatario de los años setenta, que venía a decir que todo era Política.

Con la Historia pasa algo parecido, todo hecho del Presente tiene una raíz en el Pasado, es decir, en la Historia, y conocer esa raíz, obviamente, nos permite comprender mejor lo que ocurre hoy día ante nuestros demasiadas, veces atónitos ojos.

Eso, desgraciadamente, es lo que se puede decir sobre el asesinato de esa prometedora diputada laborista inglesa que  ha sido muerta de un modo triste y vil por un hombre trastornado y fanatizado políticamente.

En efecto, la muerte de Jo Cox es todo un indicio, un detalle de cómo se está degradando la vida política en Inglaterra y el resto de Europa en el largo tiempo histórico.

Empecemos por una visita a la Inglaterra y la Europa de comienzos del siglo XVII. Lawrence Stone, un eminente historiador británico, ya advertía, en su obra sobre la crisis de la aristocracia inglesa entre 1588 y 1641, lo históricamente falso que resultaba el tópico, alimentado desde Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX, de que los británicos -en general y sus clases altas en particular- eran tipos altamente civilizados, flemáticos, que arreglaban sus diferencias pacíficamente, incluso con algo de humor sarcástico.

Por el contrario a comienzos del siglo XVII, nos dice Stone, lo normal entre la nobleza inglesa era que los altos lores y de ahí para abajo -cada cual según sus posibilidades- fueran acompañados de un séquito de sirvientes que, por lo general, eran reclutados entre gentes para las que el oficio de las armas y la violencia eran lo más común del mundo.

Stone da cuenta de algunos episodios en los que los séquitos de miembros de la nobleza se enfrentan a pistoletazos y estocadas en las calles inglesas por cuestiones que hoy nos pueden parecer nimias, pero que entonces tenían mucho, demasiado, significado. Como ocurría con la precedencia en honores. Por ejemplo a la hora de ceder el paso en una calle concurrida.

Stone nos cuenta también que los nobles que capitaneaban, y pagaban, esos séquitos de sirvientes armados y con -digamos- talento para la violencia, no solían ser los últimos en entrar en las batallas campales de bolsillo organizadas en el momento y lugar más insospechado. De hecho, solían ser, como era hasta cierto punto lógico, los primeros, pues quienes formaban sus séquitos sólo hacían uso de las armas cuando lo ordenaban esos caballeros, que eran quienes les pagaban y otorgaban signos de distinción social. Como, por ejemplo, vestir la librea con el escudo de esos nobles amos. Todo un salvoconducto que abría puertas y ganaba respeto a quienes portaban tales emblemas.

Lo cierto es que esa violencia de sesgo político en Inglaterra, como en el resto de Europa, fue quedando obsoleta, desautorizada, sólo a través de un proceso lento y con muchos altibajos. Entre 1642 y 1745 Inglaterra sufre, primero con intensidad y luego a espasmos, un largo ciclo de guerras civiles que acaban en Escocia con una considerable matanza en el páramo de Drumossie. A lo largo del siglo XVIII peleas callejeras como las que describe Lawrence Stone en su obra, son cada vez peor vistas en Inglaterra, pero en la década de los cincuenta de ese Siglo de las Luces había materia en las calles inglesas para que William Hogarth compusiera grabados y pinturas como las de la serie titulada “The Humours of an Election”, en cuya cuarta entrega se ve a un atribulado candidato a miembro del Parlamento metido en una riña callejera donde tipos de baja ralea atacan con palos y otros instrumentos contundentes a sus seguidores, que responden con los mismos medios.

Eso por no hablar de la larga lista de guerras en las que Inglaterra se ve envuelta, junto con otros países europeos, en ese siglo de la Ilustración: de 1701 a 1714 en  la llamada de Sucesión española, en 1719 en la de la Cuádruple Alianza, en 1739 primero contra España en la llamada Guerra del Asiento o de la Oreja de Jenkins y, sin solución de continuidad, desde 1740 hasta 1748, en la llamada Guerra de Sucesión austriaca. A ésta le seguirá la llamada Guerra de los Siete Años, entre 1757 y 1763, aunque en realidad ya había empezado, en América, en 1754. El siglo finalizará para Gran Bretaña y sus oponentes con otra larga guerra, la de Independencia de Estados Unidos, entre 1776 y 1782. Diez años después, en 1792, empezará un largo combate contra la Francia revolucionaria y napoleónica que sólo acabará en 1815, hace ahora 201 años, en la Batalla de Waterloo.

Desde ese punto se inicia un período de relativa calma en el que Gran Bretaña se va pacificando sin choques internos demasiado violentos y eludiendo grandes guerras en Europa -como la primera carlista en España (1833-1839) a la que sólo envía 10.000 hombres, supuestamente voluntarios, al servicio de Isabel II- o la franco-prusiana de 1870.

Eso no significará que no haya matanzas importantes en Gran Bretaña, como la que tiene lugar en 1819 en el prado de Saint Peter, en Manchester, donde las autoridades reprimirán con una brutal carga de Caballería una manifestación pacífica que pedía la ampliación del derecho a votar. Lo que acabará haciendo que el campo de Saint Peter fuera irónicamente rebautizado como “Peterloo”, por la oposición a la ampliación de ese derecho a voto por parte de los conservadores británicos, que tendrán a la cabeza en esa lucha a Lord Wellington, el vencedor de Waterloo cuatro años antes…

Incidentes de violencia política como esos irán decreciendo en Inglaterra y Europa a lo largo de ese siglo XIX, o siendo desviados hacia las afueras del sistema, hacia las colonias.

Aún así, y dejando aparte las guerras coloniales, o la represión despiadada con violencia de baja y alta intensidad en la India o en Irlanda, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, en 1935, 1936…, la lucha obrera en las calles de Londres podía acabar en escaramuzas de bastante consideración entre izquierdistas, fuerzas de Policía supuestamente neutrales y el débil pero persistente movimiento fascista británico de los Camisas Negras de sir Oswald Mosley. Basta con haber leído alguna reciente novela bestseller, como “El invierno del Mundo” de Ken Follett, para tener una imagen -literaria pero bastante exacta- de lo reciente que ha sido la extinción o minimización de la violencia política en las calles británicas.

Eso es lo que hace tan estremecedor, tan inquietante, el asesinato de la diputada Jo Cox. Independientemente de la diferente proporción de locura y Fascismo que haya podido impulsar a su agresor, es evidente que hay un clima social en la, todavía, rica y civilizada Europa donde un largo período de consenso social, iniciado por un acuerdo explícito entre todas las fuerzas políticas democráticas -de Izquierdas o de Derechas- tras la derrota del Nazismo en 1945, ha sido roto, paulatinamente degradado, desde el comienzo de la década de los 80 del siglo pasado, por eso llamado “Neoconservadurismo”, que ha socavado las bases económicas de ese contrato social y con ello está induciendo, lo sepa o no, un clima social que cada vez recuerda más a la Europa de la lúgubre década de los años 30.

Esa en la que un desequilibrado -Adolf Hitler, por ejemplo- con ideas fuertes sobre ideas elementales como “Raza”, “Nación”, etc…, y con un discurso populista, podía prosperar y medrar, incluso eliminando a sus oponentes por medio de la violencia.

A pequeña escala ese es el aviso que plantea el triste asesinato de Jo Cox, diputada laborista británica que cayó abatida al grito de “Gran Bretaña primero”, lema de la ultraderecha rampante en esa, desde 1945 y hasta ahora, ejemplar nación democrática que, tras un largo devenir, ha sido Gran Bretaña.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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