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Carlos Rilova

El correo de la historia

La historia del santo desertor. La Fuerza de Francia: Historia e Historia de la religión. De Napoleón al DAESH (1815-2016)

Por Carlos Rilova Jericó

Son impresionantes las últimas imágenes disponibles sobre Jacques Hamel, el párroco de la población normanda de Saint-Étienne-du-Rouvray.

Son imágenes muy crudas, muy certeras, muestran a un hombre de 86 años que podría perfectamente haberse retirado hace años pero al que aún le quedaban fuerzas, y ganas, para atender a esa parroquia.

Fue allí, como ya sabemos, donde un comando del DAESH, lo mató esta semana pasada.

Con este atentado del DAESH, vistas las cosas desde el punto de vista histórico, lo que a uno se le ocurre es la futilidad de ese acto monstruoso, contrario incluso a las más sagradas enseñanzas del Profeta, que mandan respetar a las que él llamaba “Gentes del Libro”. Es decir, principalmente a judíos y cristianos, a los que Mahoma consideraba más que como rivales a destruir, como hermanos que entendían de un modo algo diferente las enseñanzas de un mismo Dios y estaban, por tanto, en un error (por ejemplo considerando a Jesús como hijo de ese Dios y no como un profeta más) del que -de eso no hay duda- se les sacaría por medio de la Guerra Santa, si era preciso, y, como mínimo, cobrándoles un impuesto especial cuando sus territorios fueran ocupados por esa Yihad.

Mal se compadece todo eso, con entrar en una iglesia de esas “Gentes del Libro” ordenar al sacerdote que la servía que se arrodillase y, tras ese acto vil, degollarlo, derramando sangre en un lugar que, hasta en nuestra muy violenta Edad Media, se consideraba sagrado y libre de esa violencia que, tanto entre cristianos como musulmanes, tanto en Oriente como en Occidente, se veía entonces como normal, cotidiana…

Y lo peor de esta profanación -que lo es vista tanto desde el punto de vista cristiano, como desde la estricta ortodoxia musulmana- es que es, como decía, enteramente fútil si la consideramos a la luz de la Historia de Francia -que, en buena medida, es la de toda Europa- de los dos últimos siglos.

En efecto, puede que el DAESH considere que con actos así, o con la masacre de Niza de hace quince días, está llevando una guerra definitiva y arrasadora, imparable, a las calles de esa Europa a la que combate por distintas razones como la de ser uno de sus principales rivales por ricos recursos estratégicos o porque representa, para su rigorismo islámico, el Gran Satán de la modernidad y la laicidad que hay que abatir como sea. Considerando incluso como renegados -y por tanto objetivos a eliminar- a los musulmanes que conviven con los “rumí” -con nosotros- aquí en Occidente y se integran, sin perder su religión, en estas sociedades.

Puede que el DAESH, matando a un sacerdote de 86 años en pleno corazón de Francia, considere que se ha apuntado un gran tanto y que será tan fácil arrodillar a Francia, y a Europa en general, como lo fue arrodillar al padre Jacques Hamel.

Para mí, como historiador, eso sólo demuestra, una vez más, que no saben realmente con quién se están enfrentando, que su conocimiento del pasado, de la Historia que determina las condiciones del Presente, es superficial, inexacto, imaginario, más bien fantasioso…

Si su conocimiento de la Historia de Francia fuera de mejor calidad, quizás sabrían de la existencia de un predecesor de Jacques Hamel que, a pesar de haber sido canonizado hace tiempo como San Juan María Vianney -en calidad de santo patrono de los curas, por cierto- sigue siendo conocido como “el santo cura de Ars”.

Jean-Baptiste-Marie Vianney nació en la Francia del Antiguo Régimen, en 1786, apenas tres años antes de que estallase la revolución que lo iba a cambiar todo y que gravitaría pesadamente sobre su vida.

Concretamente cuando el ciudadano-general Bonaparte, hijo de esa revolución, la amortizó políticamente instaurando el Primer Imperio -a su mayor gloria principalmente- en el año 1804, e imaginó que podría conquistar toda Europa y, quién sabe, quizás, después, el Mundo.

Para esa misión a la que el ciudadano-general Bonaparte, devenido Napoleón I, se sintió llamado, fue preciso devorar hombres y más hombres,  como decían Erckmann y Chatrian. Dos excelentes novelistas franceses, furibundos republicanos, que lo conocieron bien. A él y, sobre todo, a sus veteranos.

Fue esa necesidad de Napoleón I de devorar seres humanos enviándolos a sus continúas guerras, la que hizo que su destino y el del aparentemente insignificante cura de Ars, Jean-Baptiste-Marie Vianney, se cruzaran.

Sí, el futuro sacerdote se negó, en rotundo, a aceptar ser reclutado para los ejércitos de Napoleón que, en el año 1809, se destinaban, precisamente, a doblegar a una España que se había interpuesto entre el emperador y sus designios.

Así pues, desertó en 1810, negándose a participar en lo que después se llamaría “epopeya napoléonica”.

Finalmente su deserción, que le llevó a un año de clandestinidad, pudo arreglarse. Según distintas versiones porque un hermano suyo ocupará el lugar que le correspondía en las filas de la aventura napoleónica o porque Napoleón dio una amnistía general que incluía su caso.

Eso permitió a Jean-Baptiste-Marie Vianney ordenarse como sacerdote y llevar, hasta el año 1859 -es decir, a tiempo de ver a un segundo Bonaparte coronado emperador- una ejemplar vida que, finalmente, hizo de él el santo patrono de los sacerdotes católicos.

El recuerdo histórico que se ha alentado y mantenido en torno a su figura en Francia -o al menos en una parte de la sociedad francesa nada desdeñable- ha sido paradójicamente equiparable al que se ha generado en torno a esa “epopeya napoléonica” de la que él decidió desertar.

Así, el  santo cura de Ars es bien conocido desde hace 150 años en Francia gracias a postales, cómics, etc… Exactamente igual que cualquier mariscal de Napoleón, o el propio emperador con cuyos augustos designios bélicos Jean-Baptiste-Marie Vianney osó entrar en desacuerdo, prefiriendo ser un humilde cura católico en lugar de uno de aquellos soldados que con suerte, valor y habilidad podían llegar a ser mariscales o príncipes del Imperio, ganando sus laureles en batallas de sonoros nombres como Austerlitz, Wagram, Arapiles, Vitoria…

¿Es una aparente paradoja esa persistencia de recuerdos históricos tan diferentes en la Francia actual, donde se venera la memoria del emperador Napoleón y, al mismo tiempo, la de un sacerdote que prefirió decir “no” a aquella guerra?.

Realmente no, no es una paradoja. Esa envidiable fortaleza cultural que exhibe Francia, siendo capaz de conciliar recuerdos históricos tan diversos, incluso opuestos, es lo que hace a esa sociedad, paradigma de toda la Unión Europea, demasiado fuerte como para que un termitero humano, como el que el DAESH ha organizado en una franja de territorio cada vez más menguante, sea capaz de derrotarla.

Esa lección de Historia es la que el llamado “Estado Islámico”, y quienes obedecen sus directrices, deberían tener muy presente antes de plantearse seguir con su absurdo, y al final, inútil derramamiento de sangre.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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