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Carlos Rilova

El correo de la historia

El submarino gris plomo. Historias de la Historia de la “Gran Guerra” (febrero de 1917 en la Costa Vasca)

Por Carlos Rilova Jericó

Ésta de la que hoy hablaremos aquí, aunque sea sólo breve, resumidamente, es una fracción de la Historia que muchos pensarán fue imposible.

Principalmente porque el escenario en el que tuvo lugar está, valga la redundancia, fuera de lugar. Al menos en un imaginario histórico muy limitado, como ocurre con frecuencia -y no creo que me canse de repetirlo- con el nuestro, el de más allá del Sur de los Pirineos.

El caso ocurrió en el mes de febrero de 1917, cerca de esa famosa cordillera. Fue reflejado en varios periódicos de San Sebastián. En aquel momento una ciudad importante por, entre otras razones más allá de ser un centro de veraneo de élite, ser lo mismo que Berna o Estocolmo. Es decir: una importante capital de un país neutral en la guerra que llevaba ya tres años desgarrando Europa, desde agosto de 1914, y de la que, por supuesto, ya hemos hablado por aquí unas cuantas veces y, espero, habrá ocasión de hablar otras tantas más.

Las versiones que se dieron sobre aquel incidente son de lo más reveladoras. Los periódicos germanófilos como “La Constancia” -ya recordarán que hablé de tan peculiar rotativo no ha mucho- pasaron de puntillas sobre el asunto. Los aliadófilos, o al menos anti-germanófilos, explotaron el tema durante bastantes páginas, ofreciendo toda clase de detalles.

Ese fue el caso de “El Liberal Guipúzcoano”. Su corresponsal en el lugar de los hechos, el puerto de Fuenterrabía (la actual Hondarribia), oyó de primera mano los disparos, desde el fuerte de Guadalupe, donde estaba comiendo con el comandante de esa plaza militar, amigo personal suyo.

Con un olfato periodístico digno de Pulitzer, el corresponsal de “El Liberal Guiúzcoano” corrió a informarse al puerto, ya que los disparos, de Artillería por cierto, procedían del mar.

Allí se encontró con varios patrones de pesca hondarribiarras a los que conocía personalmente. Incluso por sus apodos (Cashimiro “Póthoa”, por ejemplo), que le contaron, literalmente, el gran susto -en sus propias palabras- que habían pasado.

El “gran susto” en cuestión consistió en que aquellos tres barcos, que habían ido a faenar cerca de la altura de Bayona, vieron emerger un moderno monstruo marino cerca de dónde estaban. Se trataba de un submarino de la Marina Imperial de Guerra alemana, descrito como de color gris plomo, como aquellas aguas…

Lo primero que pensaron aquellos marineros hondarribiarras es que los lobos marinos del káiser iban a hacer con ellos lo mismo que, se sabía bien, habían hecho con muchos barcos neutrales. Es decir, hundirlos para dar un aviso a navegantes (nunca mejor dicho) sobre quién dominaba los mares en esos momentos. Pues ese era el objetivo de la feroz guerra submarina que había desatado Alemania contra los aliados y, especialmente, contra Gran Bretaña, a la que quería aislar por mar, impidiendo que llegasen a ella alimentos, suministros, piezas de repuesto, etc…

Uno de los marinos, en medio de los nervios comprensibles en esa situación -imaginemos a tres modestos barcos de pesca vascos en el punto de mira de un submarino imperial alemán-, pensó que debían derivar hacia la costa, alejándose del “U-boot”, desplegando la bandera española, neutral…

Tuvieron suerte, más que otros colegas que sí cayeron a manos de otros submarinos alemanes, “por accidente”, según la versión oficial al menos…

El “U-boot” en esta ocasión sólo quería atacar la costa de Bayona. Y eso es lo que hizo, efectuar hasta dieciocho disparos con su cañón de cubierta contra las fábricas del Bocau, causando daños considerables y, al parecer, varias víctimas.

Todo aquello, según informaba “El Liberal Guipúzcoano”, derivó en una pequeña batalla naval, ya que las baterías costeras emplazadas en Bayona devolvieron los disparos, obligando finalmente al submarino alemán a sumergirse de nuevo.

Como vemos, por inesperado que pudiera parecer, una fracción de la Costa Vasca, de ambos lados de la frontera, se convirtió en escenario de uno de los miles de combates que, en conjunto, durante cuatro años, forjaron, en sangre, fuego y acero, ese hecho histórico que hoy llamamos “Primera Guerra Mundial”.

Por supuesto aquello no fue una mera anécdota, una casualidad. Era, al contrario, un hito más de un plan muy bien pensado para desmoralizar y aterrorizar a las potencias de la Entente y amedrentar a los neutrales en aquella guerra.

“El Liberal Guipúzcoano” no tenía dudas al respecto: Alemania estaba muy al tanto de lo que pasaba por esa parte de los siete mares. Lo estaba, de hecho, gracias a una bien organizada red de espionaje que había dado señales de vida pocos días antes de que se produjera el ataque que a punto estuvo de causar una desgracia entre los pescadores hondarribiarras. El farero de esa localidad podía dar fe de que dos caballeros de aspecto teutónico le habían hecho toda una serie de preguntas a ese respecto, antes de que aquel submarino de color gris plomo abriese las aguas en medio de los barcos de pesca de aquella ciudad que faenaban ante Bayona…

Esto no es nada más que un retazo de un hecho histórico inabarcable en toda su magnitud y más aún para quienes, por ser ciudadanos de una potencia neutral en ese conflicto, creemos, o hemos creído hasta ahora, que nada de aquello tenía que ver con nosotros y nuestra Historia.

Es evidente por documentos como los que acabamos de analizar aquí, que eso no fue así.

Quienes estén más interesados en conocer, siquiera algo mejor, ese fragmento desconocido de una Historia que es también nuestra, pueden pasarse, si están de visita en San Sebastián -algo muy de moda últimamente- por la Casa de Cultura de Ayete a partir de este martes 4 de octubre. O esperar hasta noviembre y solicitar un ejemplar del siguiente Boletín de Estudios Históricos sobre San Sebastián, donde podrán leer, con más tiempo y en más espacio, sobre otros muchos incidentes como éste que, en conjunto, forman otro capítulo de la Historia de la “Gran Guerra”, en el que, quizás, habrá quienes puedan reconocer a algún ancestro cercano que, involuntariamente, o no, se convirtió en parte de aquellos hechos, de un modo u otro…

Tal vez como marinero que veía emerger un moderno Leviatán gris plomo de la nada, acaso como periodista que escribía sobre hechos así, o, simplemente, actuaba como “agente X” que llevaba y traía información por territorio neutral. Aquella mercancía tan cotizada entonces y tan traficada en muchas redacciones periodísticas. Desde Nueva York hasta Berlín, pasando, sí, también por San Sebastián…

Campaña de mecenazgo: desde hoy y especialmente a partir del 15 de septiembre, la Asociación de historiadores guipuzcoanos “Miguel de Aranburu” está involucrada en una campaña para buscar mecenas que quieran entrar en la Historia gracias a una aportación económica para la redacción de una renovada “Historia de Gipuzkoa” que, en estos momentos, redactan varios especialistas de la asociación.

Quienes tengan interés en formar parte de ese proyecto como mecenas o financiadores del mismo, pueden consultar una información más amplia en este link  https://migueldearanburu.wordpress.com/proyecto-de-mecenazgo-para-la-historia-de-gipuzkoa/

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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