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Carlos Rilova

El correo de la historia

Mala idea, primera ministra, mala idea. El retrato de sir Horace Walpole, el “Brexit” y algo de Historia angloespañola (1742-2017)

Por Carlos Rilova Jericó

Lo siento pero no me he podido resistir. Esta semana sabía, a ciencia cierta, que iba a escribir en este nuevo correo de la Historia -pasase lo que pasase- sobre la  ocurrencia de la primera ministra británica (de momento) de firmar los papeles para activar el “Brexit” bajo la mirada petrificada al óleo del que pasa por ser (eso repitieron hasta la saciedad todos los telediarios) el primer ministro británico de la Historia. Nada más y tampoco nada menos, que sir Robert Walpole.

Me he quedado asombrado por esa elección. En España existe una lista de defectos más que considerable en los que me he sumergido de la mano del profesor Ian Gibson y su recentísimo “Aventuras ibéricas. Recorridos, reflexiones e irreverencias”. Libro que les encarezco lean porque, se esté más o menos de acuerdo con este hispanista dublinés y lo que nos cuenta, se puede aprender mucho de ese país llamado España del que algunos, todavía, lucimos pasaporte por el Mundo.

Entre otros defectos, aparte de la maldita manía de hacer ruido a todas horas y en casi todas partes, Gibson señala en su capítulo final la desidia con respecto a muchas cosas. Por ejemplo, la investigación científica. No falta algo más que un inquietante fondo de verdad en lo que Gibson, más que decirnos o contarnos, nos advierte.

Sin embargo, en eso, como en tantas otras cosas que se han señalado como defectos “hispanos”, está claro que la famosa “piel de toro”, ese país que Gibson describe (con acierto) como un minicontinente único en el Mundo, no tiene la exclusiva. Si así fuera, muy probablemente la actual premier británica habría puesto el retrato de cualquier otro eminente británico (o británica) para que asistiese, como egregio testigo al óleo, a la histórica decisión de abandonar la Unión Europea por parte de Gran Bretaña.

¿Por qué digo esto?. Me imagino que ya supondrán que por buenas razones, contrastadas documento a documento. Algo que, seguro, ya se imaginarán hasta los trolls que suelen dejarse caer, furibundos, por esta página cada vez que oso decir algo sobre Gran Bretaña y una Historia de ese país mejor documentada, que a ellos, en su simpleza primaria, no les encaja.

Es obvio que la primera ministra británica, al decidir arroparse con ese cuadro en ese acto que podemos llamar “histórico”, demuestra estar intoxicada por los tópicos románticos sobre España y la Historia. Esos que afirman que la Historia de Gran Bretaña frente a España es una Historia de constante éxito y la de España frente a Gran Bretaña, necesariamente, una de constante fracaso. Nada menos cierto. Como queda cada vez más claro a medida que avanzamos en nuestros estudios históricos sobre esta cuestión. Unos que -sorpréndanse- nos llevan a descubrir en toda su chocante naturaleza, casi patética, lo inapropiado que resulta tener un retrato de sir Robert Walpole a las espaldas mientras se firma, sin perder una sonrisa de lo más satisfecha, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.

Es posible que, en efecto, Walpole fuera el primer británico digno de tal nombre, sin embargo su gestión fue, sencillamente, desastrosa y, por esa misma razón, no se puede concebir, desde el punto de vista histórico, mayor error que utilizarlo como bandera triunfal para marcar el hito de la deserción europeísta de, de momento, una Gran Bretaña que, sólo para empezar, podría acabar perdiendo por esa decisión, en corto o medio plazo, Escocia, acaso el viejo “Pale” del Ulster, tal vez Gibraltar (veremos, pronto, en qué quedan las amenazas militares que se han dejado caer hoy mismo por parte británica)…

Repasemos la breve carrera de Walpole como primer “premier” británico.

Es posible, como nos recopila y cuenta el libro de Ian Gibson ya mencionado, que los visitantes anglosajones creyeran que, en la segunda mitad del siglo XVIII, España estaba hundida, que nada funcionaba, que, como decía uno de ellos, el “genio español” estaba siendo minado por la herrumbre de la desidia. La falsedad del tópico es manifiesta en cuanto leemos todo eso a la lumbre de cualquier documento de la época.

Independientemente de posibles descuidos en la administración pública, como los que encontraron -o creyeron encontrar- viajeros como Swinburne (que, además, tenían la insólita pretensión de ser los primeros “extranjeros” en pisar España, ignorándolo todo de las numerosas colonias de comerciantes alemanes, flamencos, genoveses, holandeses, ingleses… en ciudades como San Sebastián, Bilbao, Cádiz…), lo cierto es que la España dieciochesca era un conglomerado que, en esas fechas,  abarcaba dos hemisferios y que, le pesase al curioso impertinente que le pesase, funcionaba. Algo mejor que bastante bien.

Hecho que tuvieron ocasión de comprobar la Marina, las tropas y la clase política británica bajo el breve, y desastroso, gobierno de ese mismo Walpole que Theresa May ha escogido, muy inoportunamente, para sellar la salida de Gran Bretaña de la UE.

En efecto, Robert se dejó arrastrar a una ruinosa guerra contra España a partir de 1738. Desde ese día, y sólo para empezar, la mayor parte de las fuerzas navales y terrestres de las que disponía Gran Bretaña, se estrellaron contra las defensas de España en Cartagena de Indias. En un episodio que se ha hecho famoso gracias al inopinado resucitar de la vida del almirante guipuzcoano Blas de Lezo a través de ensayos y novelas de desigual fortuna y acierto.

La realidad de esos hechos fue aún más compleja que esa batalla de Cartagena de Indias hoy algo manida y desgastada por cierto chusco paleterio patrio, que primero olvida y luego exalta lo olvidado del modo más zafio.

La realidad histórica, sí, es que Gran Bretaña, bajo el mando de Walpole, estaba mal organizada y contaba con muchos menos recursos que la España de Felipe V. Después de Cartagena de Indias y hasta que sir Robert fue obligado a dimitir en 1742, Gran Bretaña endosó más desairados incidentes en esa guerra en la que España (y no a la inversa, como se ha dicho hasta ahora) arrastró finalmente a la Francia de Luis XV a un conflicto internacional que se prolongaría hasta 1748. Aparte del sonado incidente de Cartagena de Indias, los intentos de ataques británicos en la costa cantábrica, especialmente en el sector vizcaíno y guipuzcoano, resultaron indicios reveladores de la debilidad del poder británico bajo Walpole frente al combinado hispano-francés.

La llamada “Channel Fleet”, al mando del anciano almirante Norris, contaba con apenas cinco barcos de combate dignos de tal nombre. Su incapacidad para intentar algo siquiera mínimamente serio en las costas septentrionales españolas quedó manifiesta en muchas ocasiones. Así, un amago de desembarco en La Concha de San Sebastián durante la Guerra de Sucesión austriaca se saldó tras disparar los expertos artilleros de la fortaleza de Urgull un par de cañonazos sobre los barcos que Norris destacó hasta allí. Aparentemente, dado su escaso número, sus capitanes debían tener órdenes de no arriesgarse a quedar hundidos, mermando a la ya muy mermada Flota del Canal…

Obviamente, ese aumento reciente de nuestro caudal de conocimientos sobre la Guerra del Asiento, que derivó en la Guerra de Sucesión austriaca, es algo de lo que carece la actual primera ministra británica. De otro modo habría elegido otra imagen “histórica” para firmar una salida de la Unión Europea que, muy probablemente, con el tiempo, resultará un episodio tan poco brillante como el breve gobierno de Walpole.

A menos que Theresa May sepa español, se haya leído, entre otras muchas cosas sobre la Guerra del Asiento, el trabajo del que esto suscribe sobre el fiasco, casi general, de las expediciones de Norris al Cantábrico publicado a finales de 2016 y así, conscientemente, lo que haya querido escenificar con el retrato de Walpole a sus espaldas, mientras firmaba el Brexit, es que está muy al tanto de que, con él, lleva a Gran Bretaña por la misma vía de desastre histórico. Todo podría ser… Pues cuanto más sabemos sobre nuestra propia Historia, más claras están (o deberían estar) algunas cosas. Como, por ejemplo, el lugar en el que nos deja (o nos debería dejar), a todos nosotros, de Irún a Algeciras, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea…

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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