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Carlos Rilova

El correo de la historia

La Historia y el (supuesto) escándalo de la rendición de Raqqa (1660-2017)

Por Carlos Rilova Jericó

Vi la noticia que ha dado pie a este nuevo correo de la Historia en Yahoo. Fue este jueves.

El autor de la misma decía que había sido un escándalo que la ciudad se rindiera a las fuerzas aliadas a cambio de permitir la salida de casi 4000 personas relacionadas con el ISIS. Combatientes de esa organización y familiares suyos.

Con buen criterio el encargado de comunicación de la Alianza internacional contra el ISIS, decía, según esa misma noticia, que no había ningún misterio en ese tema, que ya era público y notorio que se había pactado esa salida negociada.

Desde el punto de vista de la Historia, y más concretamente desde el de la Historia militar, sólo se le puede dar la razón. Por difícil que parezca.

Ese tipo de salidas negociadas para rendir una plaza fuerte asediada, como puede ser el caso de Raqqa, no tienen nada de raro ni de escandaloso. Es algo que lleva siglos haciéndose.

Cualquier especialista en Historia medieval, más o menos al tanto de eso que se ha llamado “Reconquista” en lo que ahora llamamos “España”, les puede decir que gran parte de las plazas que fueron tomadas a los musulmanes no cayeron  en medio de épicos combates entre las banderas de Castilla, León, Navarra, etc… y las de la Media Luna que ahora enarbola de nuevo el ISIS, o DAESH, como prefiramos. Todo lo contrario, Magerit (hoy Madrid), o Toledo fueron entregadas en condiciones pactadas. La propia Granada, en 1492, es otro caso más.

Y es que, desde que el ser humano ha desarrollado esa actividad que llamamos “Guerra”, ha habido distintas maneras de planteársela. De eso ha dado buena cuenta un especialista en el tema como Geoffrey Parker, que ha dedicado una gran parte de su carrera de historiador a investigar ese fenómeno y su desarrollo histórico.

Entre los pueblos llamados “primitivos”, por ejemplo. Lo normal, nos decía Parker, es que las bajas fueran muy limitadas. Incluso pactadas de antemano. Es decir, cuando se sumasen una decena de muertos, o menos, por ambas partes, la Guerra debía detenerse.

Entre los llamados “indios” norteamericanos, entre las naciones de lo que hoy es el Medio Oeste de Estados Unidos, la mayor muestra de coraje no consistía en matar al enemigo, sino en tocar su brazo, pecho, cara… en medio de una batalla. Eso tenía su lógica, pues el enemigo así desafiado, podía perseguir al que lo había puesto en evidencia con ese “toque”. Cosa que un enemigo muerto ya no podía hacer.

Otra forma de Guerra era la llamada “a la romana”. Esa cultura, la romana, tenía otro punto de vista sobre cómo llevar el asunto de la Guerra. Probablemente porque Roma fue, en sus inicios, una pequeña población rodeada de enemigos más poderosos que ella y que amenazaron, varias veces, con aplastarla y borrarla del mapa.

Para ellos la Guerra era, pues, ante todo, destrucción absoluta del enemigo. En la Europa medieval las cosas alternaron un tanto entre los dos extremos. Entre la guerra civilizada, por así llamarla, propia de pueblos supuestamente primitivos que ponían límites a la ordalía y entre la Guerra a la romana, de destrucción total. No hubo cambios en ese aspecto hasta el cisma religioso de 1517 y las guerras que le siguieron.

Entre 1618 y 1648, durante la llamada Guerra de los Treinta Años, predominó la Guerra a la romana, de exterminio y destrucción sistemática del oponente, al que se consideraba una criatura impía a la que había que destruir completamente. Sin posibilidad de llegar a acuerdos con él.

La matanza adquirió tales proporciones (incluyendo, como hoy en los atentados “low cost” de los “lobos solitarios”, civiles desarmados de cualquier sexo y edad) que la sociedad europea, la Cristiandad sin distinción de credo, quedó tan horrorizada que desde 1660, aproximadamente, hasta las guerras revolucionarias del siglo XVIII, se prohibieron prácticamente las guerras de exterminio.

Desde esa fecha son innumerables los asedios que acabaron en salidas pactadas en las que, como ha ocurrido en Raqqa, se dejaba incluso en libertad y armadas a las guarniciones que defendían esas plazas fuertes. El caso del fuerte William Henry en 1757 (pese a la matanza posterior perpetrada por los aliados nativos de los franceses), un hecho famoso gracias a “El último mohicano”, es un buen ejemplo de esas leyes de buena guerra que permitían pactar con un enemigo que se sabía ya vencido.

Esos usos han sobrevivido incluso hasta la Segunda Guerra Mundial. Así, por ejemplo, en 1945 el reconstituido gobierno de Dinamarca permitió a un enemigo tan maléfico y totalitario como hoy nos lo parece el ISIS -es decir, los soldados del Tercer Reich- salir del país una vez que el régimen nazi ya estaba en clara fase de derrumbe…

Así pues, lo ocurrido en Raqqa, lejos de ser una fácil y falsa piedra de escándalo, debería ser interpretado más bien como una buena noticia. Organizaciones como el ISIS -o el Tercer Reich- demuestran estar en evidente declive en cuanto sus combatientes, en lugar de inmolarse o luchar hasta la última bala -quedándose una para suicidarse- empiezan a entrar en tratos con un enemigo al que, hasta ese momento, habían considerado una abominación a la que sólo se podía sacrificar en honor al dios o al credo al que ellos habían jurado una, hasta ese momento, fanática lealtad.

Lo único con lo que habría que tener cuidado es con el manejo de esa derrota. Es decir, como se hizo en España al final de la última guerra carlista, la de 1873-1876, se debería, por ejemplo, ofrecer paz a los antiguos combatientes a cambio de lealtad al nuevo orden establecido.

Sin desestimar, por supuesto, la aplicación de modelos legislativos como las Leyes de desnazificazión alemanas que, en lo básico y elemental, desarmaban ya definitivamente al régimen vencido, considerándolo, a él y a quienes se atrevieran a reivindicarlo, automáticamente fuera de la ley.

Bajo esta óptica histórica, como ven, la salida de 4000 partidarios del ISIS de Raqqa no desmerece en absoluto la toma de esa ciudad por los peshmergas y otras fuerzas aliadas. Más bien todo lo contrario, con hechos así se empezaría a constatar la rápida desintegración de esa pesadilla política y militar que hemos sufrido, desde Oriente hasta el corazón de la vieja Europa, durante mucho tiempo…

Más allá de toda interpretación truculenta o conspiranoica (que también abundan en torno a este tema) esa es la cruda verdad de la caída de Raqqa y su evacuación por lo que quedaba del ISIS. Algo que, sin duda, no habrá caído nada bien entre su Alto Mando, que lo habrá recibido como lo que es: una señal bastante evidente de que su organización se desmorona. De manera lenta pero, al parecer, bastante segura, por el debilitamiento del cerrado fanatismo que hasta ahora lo ha sostenido.

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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