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Carlos Rilova

El correo de la historia

¿Y después del 2 de mayo, qué? El general “No importa” y algunas opiniones y documentos históricos

Por Carlos Rilova Jericó

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De todas las cosas de las que se podría escribir esta semana con nada menos que dos fechas festivas (al menos para los madrileños), he optado por contar algo relativo no al 1 de mayo, sino al 2 de ese mismo mes.

Famoso por ser la fecha en la que en Madrid estalló la rebelión, supuestamente popular, que sería el principio del fin del breve imperio napoleónico.

¿Y qué se podría decir de nuevo sobre esa fecha tan históricamente gloriosa, tanto que quizás inspiró a los revolucionarios sesentayochistas de hace cincuenta años?

Pues, por difícil de creer que parezca, se puede decir alguna que otra cosa. Sobre todo si -como es el caso de quien estas líneas escribe- se está ahondando sobre algún documento histórico relativo a esa época. Por ejemplo las memorias de guerra de un alto oficial británico, de apellido Blayney y de nombre Andrew-Thomas.

No es un documento excesivamente desconocido, ni difícil de encontrar. Pero tiene el problema que tienen todos los documentos impresos de época napoleónica: se han escrito tantos títulos desde que murió el emperador, que resulta difícil acceder a la información que ofrece Blayney por una sencilla razón: cuestión de tiempo.

En efecto, son necesarias varias vidas para poder leer una bibliografía que no deja de crecer, como un rizoma intelectual, desde 1821 en adelante. Y en esa inabarcable lista de más de 200.000 títulos sobre el universo de las guerras napoleónicas, las memorias de guerra de Blayney son tan sólo un título más entre miles y miles…

Pero una vez que se ha dado con el título en cuestión (por ejemplo con la copia -signatura 37509- de que dispone la biblioteca Koldo Mitxelena), y con el tiempo suficiente para ir leyéndolo con el detalle que merece, no se tarda en descubrir en esas memorias toda una serie de datos sobre la guerra desencadenada con el estallido matritense de 1808.

Son verdaderamente curiosos. Por una parte, lo que cuenta Blayney está completamente -o casi completamente- mediatizado por sus prejuicios de miembro de la alta clase británica de comienzos del siglo XIX.

Así abundan en sus memorias los comentarios despectivos hacia los españoles y, sobre todo, hacia su Ejército. Al que responsabiliza de muchos de los males que padecen los británicos en esa maldita guerra de España.

De todo ello, sin embargo, contrastándolo con mucho cuidado, se pueden deducir algunas cosas sobre qué ocurrió, realmente, después del 2 de mayo de 1808.

Lo primero que, aunque el documento escrito por Blayney está completamente mediatizado por sus prejuicios, el oficial británico no puede evitar reconocer que España cuenta con un Ejército en esos momentos y que, además, es uno que se niega a rendirse y lucha enconadamente (Blayney, que escribe en 1810, utiliza a veces la expresión “encarnizada”) contra la invasión francesa.

Así pues, esos serían los resultados del 2 de mayo de 1808. De esa insurrección popular, en apariencia sin orden ni concierto (o con demasiado orden y concierto, pero dirigido por determinados intereses políticos), surge todo un movimiento de resistencia que fracasa una y otra vez frente a un enemigo superior, pero, a pesar de eso, sabe reorganizarse y continuar resistiendo.

El mismo Blayney cuenta cosas a ese respecto. Por ejemplo, las fugas masivas de prisioneros españoles -especialmente de oficiales- que se producen en los convoyes de los que este oficial británico forma parte y le conducen desde Andalucía (donde ha sido capturado) hacia Francia.

Las represalias que se ejercen contra esos españoles organizados en tropas regulares, son durísimas.

Blayney, que goza de un estatus privilegiado como oficial prisionero bajo palabra de honor, asiste atónito, por ejemplo, a cómo se dan órdenes para liquidar a todos los españoles en caso de que el convoy del que forma parte fuera atacado por insurgentes que, como es habitual, los franceses identifican con simples “brigands”. Es decir, bandidos, salteadores de caminos.

Nada de eso, ni las constantes derrotas y la mala prensa de la que son víctimas esas tropas entre los británicos, las llevó, en definitiva, a cejar en la lucha iniciada aquel 2 de mayo que sirvió de revulsivo a la sociedad española de la época.

Ciertamente, incluso aunque Blayney apenas lo reconoce -y lo hace a regañadientes- los españoles que impidieron con su resistencia generalizada y tenaz que Gran Bretaña fuera invadida en 1809, lucharan decididamente tras las banderas del general “No importa”. Encajando una derrota tras otra, hasta convertir el resultado final en una serie de batallas victoriosas y definitivas para el resultado último de las guerras napoleónicas.

Poco más se puede decir sobre aquel 2 de mayo de 1808 que esta semana se conmemora una vez más. Aunque, quizás, esto ya sea demasiado para un imaginario colectivo que sigue viendo aquellos hechos no a través de un buen análisis de los documentos históricos disponibles (como las memorias de Blayney) sino a través de los filtros de la autocomplaciente visión que de esos hechos dieron, por ejemplo, los invasores franceses o los aliados británicos.

Una que contrasta, vivamente, con los hechos plasmados en cientos y cientos de páginas de otros documentos históricos. Unos que no hablan precisamente de heroicas bandas de guerrilleros -un poco salvajes, como salidos de una pintura negra goyesca- que con su sola presencia -atávicamente feroz- habrían derrotado a las “Grands Armées” napoleónicas, sino de inmensos ejércitos bien organizados.

Es decir, estructuras militares integradas por unidades con banderas, uniformidad, intendencia, hospitales, oficialidad profesional y versátil, capacidad para ocupar el territorio y controlarlo (y no sólo la ciudad de Cádiz), exigir impuestos y levas y, en definitiva, dotados de todo lo necesario para derrotar a un enemigo -las tropas napoleónicas- que habían derrotado, a su vez, a los mejores ejércitos europeos del 1800.

 

Un paseo por el pasado

Sobre el autor

Carlos Rilova Jericó es licenciado en Filosofía y Letras (rama de Historia) por la Universidad Autónoma de Madrid y doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco. Desde el año 1996 hasta la actualidad, ha desarrollado una larga carrera como investigador para distintas entidades -diversos Ayuntamientos, Diputación de Gipuzkoa, Gobierno Vasco, Universidad del País Vasco...- en el campo de la Historia. Ha prestado especial interés a la llamada Historia cultural y social, ahondando en la Historia de los sectores más insignificantes de la sociedad vasca a través de temas como Corso y Piratería, Historia de la Brujería, Historia militar... Ha cultivado también la nueva Historia política y realizado biografías de distintos personajes vascos de cierto relieve, como el mariscal Jauregui, el general Gabriel de Mendizabal, el navegante Manuel de Agote o el astrónomo José Joaquín Ferrer. Es miembro de la Sociedad de Estudios Vascos-Eusko Ikaskuntza


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