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Cuestión de pelotas

28 veces la mejor del mundo

Hace 31 años nació una niña en Volgogrado que sólo quería ser gimnasta. Desde los cinco años, y durante una década, Yelena se dedicó en cuerpo y alma al giro y la pirueta, queriendo ser la mejor del mundo. Pero un día, sus genes y su sistema endocrino la traicionaron. De pronto sus entrenadores la miraban con desconfianza, y le decían que era demasiado alta para ser gimnasta. Que midiendo 1,74 jamás llegaría lejos.

Yelena lloró al saber la noticia. Ella sólo deseaba competir, pero las trabas eran demasiado grandes. Podría haber renunciado al deporte entonces, haberse convertido en una chica normal más, del montón. Podría haberse buscado un trabajo o echarse novio, podría haber hecho muchas cosas, pero no hizo ninguna.

En lugar de eso, cogió una pértiga.

“Mido 1,74”, pensó. “Que mi debilidad como gimnasta sea mi fuerza como atleta”. Era 1998, apenas contaba 15 años, pero intuía que podía conseguir algo. Que ella había nacido para ser grande.

Pocos deportes hay tan exigentes dentro del atletismo como el salto con pértiga. No sólo requieren una forma física excepcional, también una elevada dosis de técnica, precisión y capacidad de sacrificio. No dependes únicamente de ti mismo, no son sólo tus gemelos y cuádriceps los que tienen que impulsarte a la victoria durante los quince pasos que te separan del punto de salto, no son solo tus biceps y deltoides los que tienen que hincar la pértiga y alzarte por encima de esa barra liviana como una pluma, dispuesta a caer al más leve roce. Es todo tu cuerpo quien debe retorcerse sobre sí mismo, transformarse, desafiar a la gravedad.

Durante un instante eterno, debes volar.

Y ella lo consiguió. Una y otra vez, durante cinco años, aprendió a saltar desde los 4.00 de sus primeros pasos, hasta ganar su primer oro en el Europeo sub 23, alcanzando los 4,65. Yelena ya era buena, pero aún no era la mejor. Y ella quería, deseaba, necesitaba serlo.

“Lo único que me preocupaba era ese centímetro más, ese que me separaba del resto”, declaraba hace un par de años, haciendo un gesto entre el índice y el pulgar. Marcando esa distancia minúscula, inapreciable, que existe entre el éxito y el fracaso. Para muchos, daría igual que ese centímetro midiese un kilómetro. Jamás lograrían salvarlo. Pero ella no. Ella sabía que quería y que podía.

El 13 de julio de 2003, un mes después de su 21 cumpleaños, Yelena se convirtió en la mejor del mundo, saltando 4,82. Lo había logrado. Había ejecutado la alquimia precisa que cerraba el círculo, que transformaba su debilidad en fortaleza. ¿Se detuvo ahí? No.

Después de aquella ocasión, volvió a hacerlo. 27 veces más.

Pocas cosas pueden decirse de Yelena Ysinbayeva, 2 veces oro olímpico, ganadora del premio Príncipe de Asturias, más allá de la frase que resume su vida: es la mejor saltadora con pértiga de todos los tiempos. Ha logrado impulsar sus 65 kg de peso por encima de la barra a 5,06, un récord que durará muchísimos años. Pero eso es, hoy en día lo de menos. En esta semana en la que contemplamos el anuncio de su retirada, tenemos que recordar que hace 16 años alguien le dijo que era demasiado alta para el deporte que practicaba. Que lo tenía todo en contra.

Y Yelena nunca se rindió. Una bonita lección para todos, en estos tiempos tan difíciles.

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