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Alberto Moyano

El jukebox

Algo sobre la cultura


Los comisarios artísticos, los expertos en gestión y los especialistas en contenidos hablarán de productos culturales y de cambios en los hábitos de consumo antes de rematar su discurso con una exaltación del arte de formular preguntas para -esto no lo dirán- dejarlas siempre sin respuesta. Una forma como otra cualquiera de forjarse un prestigio y de garantizarse que el próximo año les vuelvan a contratar.

Pero si de la cultura de una ciudad -o país, por aquello del liderazgo compartido- hablamos, cabe cuestioniarse si resulta más ilustrativo ver cómo siete coches seguidos se saltan -y el dato es importante: sin mala intención- un paso de cebra antes de que el ocupante de un octavo se detenga y amablemente le  haga el gesto de pasar al peatón que el cántico masivo del ‘Himno de la Alegría’ en los jardines de Alderdi-Eder.

Y desde el punto de vista plástico, ¿es más conmovedor asistir a las maniobras que, entre blasfemias y solidaridad, ejecutan cada mañana las furgonetas del reparto en las estrechas calles de la Parte Vieja o presenciar una coreografía multitudinaria y popular en el Boulevard?

Si aceptamos que la cultura es una cosa indefinida, desprovista de cualquier propósito moral o ejemplarizante, pero que serviría para explicar de qué íbamos aquí y ahora a un improbable arqueólogo dentro de 2.000 años, habrá que convenir que junto a las canciones, las danzas, las esculturas, los libros y las películas que una sociedad manufactura, el investigador habrá de echar mano a otros documentos de valor.

Aquí van unos cuantos: las residencias de ancianos y el folio con su régimen de visitas, las cartas de los restaurantes, y también las nóminas y los contratos de cuantos trabajan en ellos, las montañas de facturas de obras domésticas pedidas expresamente sin IVA, el razonamiento escrito de un jurado popular que descarta el cargo de asesinato y apuesta por el de homicidio en un caso de abusos sexuales con resultado de muerte, el peso de las mochilas de los escolares, las tiendas de discos clausuradas y las grandes superficies, las franquicias de ropa y los establecimientos de telefonía móvil, los ERE’s de las empresas y los motivos alegados, los grafitis espontáneos y también los de piscifactoría, los exámenes de la Oferta Pública de Empleo y los pisos de VPO.

Todo es cultura, lo cual no quiere decir que todo sea arte, ni que de su contemplación se derive placer alguno. Esto no servirá en absoluto para sacarnos del “no entiendo nada”, pero sí para comprender por qué es así y por qué así seguirá siéndolo.


octubre 2010
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