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Alberto Moyano

El jukebox

Materiales reales para un relato de ficción compartido

Hallábame un buen día de hace par de semanas en redacción, cuando sonó el teléfono: Era un microintelectual donostiarra, nanoescritor a ratos, que deseaba compartir conmigo algunas reflexiones en torno al apasionante tema de conflicto vasco y relato compartido. Nada personal, tan sólo que había leído algunas entrevistas mías recientes. Y así fue como sin comerlo ni beberlo fui masacrado sin piedad con una batería de argumentos tales como: 1) “Yo no sé si es que los escritores en euskera no leen lo que escribimos los demás”. Tras hacerle notar que quizás, por pura lógica, lo más probable es que fuera al revés, respondió: “¿A qué te refieres? Porque lo que hacen Andu, Kirmen y el otro, de una forma u otra, te acaba llegando, o sea, que al final te enteras”. Vale. 2) “Que los escritores en euskera jamás han escrito sobre la violencia terrorista”, a lo cual repuse que ya lo creo que lo han hecho. “¿Quién? -inquiere- Porque XX -y aquí citó a nuestro escritor Potemkin-, nada de nada”. Le cité un par de obras y varios poemas en los que la violencia etarra adquiere rango de protagonista en la obra de este autor. “Vale, pero sólo en esas dos, en su novela XX, ni toca el tema”, lo cual no es cierto y así se lo hago ver, desde la certeza de que a estas alturas ya ni me escucha. No obstante, sigue. 3) “Y ¿qué me dices de ZZ -otro escritor euskaldun-? Lo mismo, tampoco escribe del tema”. Le recuerdo que ZZ debutó hace ya treinta o cuarenta años con una novela protagonizada por un etarra a la fuga inmerso en sus cabilaciones y que desde entonces, una y otra vez, el tema ha estado presente en su obra, si a alguien le interesa, desde posiciones inequívocamente enfrentadas a la violencia. Por supuesto, ni caso. Y llega al núcleo duro de su soliloquio compartido: 4)”Porque algunos sí que hemos escrito, alto y claro sobre el terrorismo y… (aquí titubea durante unos interminables segundos) nos la hemos jugado”, se decide a soltar finalmente. Se lo reconozco abiertamente aunque con escaso entusiasmo, mientras me entrego al juego mental de especular, no ya cuántas personas han leído sus novelas, sino cuántas saben de sus existencia, cuántas podrían citar siquiera el título de una de ellas, cuántas conocen incluso su condición de escritor. Cautivo y desarmado, intento zafarme animándole a escribir un esclarecedor artículo sobre tan controvertido asunto, no sin antes recomendarle -casi implorarle- que se documente un poquito antes de hacerlo “no vaya a patinar de forma estrepitosa”. Me promete hacerlo (lo de escribir el artículo, no lo de documentarse). Cuelgo deseándole toda la suerte del mundo en su empresa literaria, persuadido de que la va a necesitar.

La cuarta jornada del Congreso Sobre Memoria y Convivencia que se celebra esta semana en Bilbao estuvo ayer dedicada al tratamiento literario que el terrorismo ha recibido a lo largo de todas estas décadas. Según lo publicado hoy en prensa, lo que ayer se hizo en Bilbao fue una exaltacion de la obra didáctica, de la literatura instrumental reducida a manual escolar y, en definitiva, de la puesta al día del denostado realismo socialista, cambiando el ‘homo sovieticus’ por cualquier otro personaje ejemplar, el ‘patriota constitucional’, pongamos por caso. Varias decenas de miles de artículos y cartas al director después en los que se ha criticado, no ya a ETA sino al nacionalismo vasco desde todos los puntos de vista posibles y bajo todos los argumentos imaginables -del ético al económico, pasando por el geoestragégico-, la gran novela vasca permanece inédita porque el miedo ha amordazado a los creadores, concluyen los participantes.

Como no me gustan las hojas parroquiales, aquí van un puñado de materiales que pongo a disposición del creador que quiera y sepa encajarlos como buenamente pueda en su próxima obra:

Caso 1) Agentes de uno de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado entran en un piso alquilado en busca de terroristas. No están, pero registran el piso a fondo. A continuación se dirigen a la vivienda del matrimonio propietario del piso. Tampoco está, pero a su vuelta se encuentra el piso saqueado. En libertad sin cargos tras ser interrogados, la pareja pide que les devuelvan el dinero, las joyas -más bien, bisutería- y la hucha en la que la niña guarda sus ahorros, todos ellos, desaparecidos en el transcurso del registro. El agente les dice que no sabe nada de todo eso y les invita a interponer, si así lo desean, una denuncia en la comisaría más próxima.

Caso 2) Un industrial guipuzcoano permanece secuestrado por ETA desde hace semanas. Llegado el verano, en una txozna se abre una porra en la que se premiará a quien acierte cuánto tiempo estará el rehén en el infecto zulo antes de que sus captores se decidan a libertarlo tras cobrar por supuesto el rescate. A golpe de kalimotxo, la gente cierra sus apuestas.

Caso 3) El cadáver de un policía yace en el suelo. Son las tres de la tarde, la calle está vacía, a excepción de los agentes, los sanitarios y los periodistas que, poco a poco, van llegando al lugar. Aparece un político que estaba comiendo en las inmediaciones y sus primeras palabras, a escasos metros del cadáver, se dirigen a un fotógrafo: “¡Joder, tío, qué moreno estás, vaya color, ya se nota lo bien que vives…”. Un periodista le acerca la grabadora a la boca y le pregunta si quiere hacer alguna declaración sobre el atentado. “Qué voy a querer, si está ya todo dicho…”, ante lo cual, el plumilla retira la grabadora. Al ver el gesto, el político reacciona con celeridad: “No, hombre, ponla, que ya digo algo”. Y acto seguido, con gesto compungido, suelta la retahíla habitual.

Caso 4) Octubre de 1997. El dueño de un bar de carretera situado en un pueblo perdido de España decide que, en cuanto llegue el autobús de familiares de presos que cada semana hace un alto en el camino para aliviarse, quién sabe si para adecentarse el aspecto tras el largo viaje, cerrará los baños para que no puedan usarlos. Comidas y bebidas sí que les servirá, porque la firmeza democrática no está reñida con hacer caja. Hasta aquí, una postura personal, tan respetable como mezquina. Lo mejor de todo es que el hombre acude a la prensa para contar su épico gesto en un reportaje ilustrado con una fotografía en la que aparece sonriente, se diría que incluso satisfecho. Los lectores aplauden a rabiar. (reflexionar a partir de aquí sobre sociedades enfermas y sociedades normalizadas).

Ahora, si alguien desea coger toda esta mugre y se ve con la presencia de ánimo suficiente como para construir un relato compartido, adelante. No se requiere tanto coraje moral -que también- como talento literario.

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