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Alberto Moyano

El jukebox

Banderas de nuestros padres políticos… o sea, suegros

En efecto: la bandera española que ondea en el Ayuntamiento de San Sebastián parece escapada del contenedor reservado a las basuras inorgánicas, pero puestos a levantar acta sobre su deplorable estado, llega el momento de alertar que lo es desde hace ya largos meses. Por lo tanto, quede constancia aquí de que hasta los más fanáticos admiradores de la rojigualda prefieren no levantar la vista a su paso por Alderdi Eder en un ejercicio de inhibición que decepciona profundamente a quienes creíamos que iniciaban la jornada cuadrados frente al mástil.

En nuestra infinita inmadurez política, algunos habíamos atribuido el deterioro banderil a un ejercicio de fidelidad en correspondencia con los acontecimientos que nos sobresaltan. En otras palabras: Bildu abrazaba por fin el principio de realidad, acatando que el actual desorden constitucional español sólo puede representarse como se merece mediante un trapo raído en sus colores y reducido a jirones en sus hechuras y costuras. Al fin y al cabo, estamos hablando de un país que quiebra con parsimonia, mientras su afición futbolística exhibe unas maneras capaces de convertir el Palacio de Versalles en las fiestas de su pueblo, a lomos de unos periodistas deportivos que retransmiten los partidos con modales propios de pastores trashumantes en plena conducción del ganado.

El delegado del Gobierno, Carlos Urquijo, -un transversal del arco cromático en lo que se refiere a la franja que va del rojo al gualda- ha reaccionado ya con la celeridad que caracteriza a su jefe, Mariano Rajoy, -es decir, a cámara lenta- para exigir que se reemplace el actual taparrabos bicolor por una bandera española de última generación, con independencia -si se permite la expresión- del presunto ultraje que haya podido perpetrar el alcalde.

Pero si algún delito ha cometido el equipo municipal es más bien del de agravio comparativo y falsificación de mantelería, tipificado con entre dos y tres años. No es de recibo que las banderas donostiarra, vasca y no digamos Europea ondeen en condiciones aceptables, mientras la española parece que vuelve de sanfermines. Intolerable. La foto real del país -sea éste cual sea- exige un patio de enseñas tan unánimemente desastradas que harían torcer el gesto a incluso a Melanie Griffith, por citar a una persona ecuánime que irrumpe en aplausos con tan sólo oír la palabra ‘banderas’.

La legislación deja bien claro que la enseña nacional debe ocupar un lugar “destacado, visible y de honor”, pero una lectura restrictiva de la ordenanza excluiría a España del G-8, del G-20 y puede que hasta de la ONU. Con las banderas rotas conviene tener manga ancha si se desea ir bien conjuntado. Por lo demás, que la cambien cuanto antes, sí, no vaya a ser que terminen embargándola y su penoso estado nos impida para colmo acogernos al pago por dación. En tanto llega ese momento, propongo hacer el ejercicio mental de que la actual se deshilacha a manos de la prima de riesgo y las agencias de calificación. Y no me digan que desde esta perspetiva su contemplación no inflama el espíritu patrio.

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