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Alberto Moyano

El jukebox

Bienvenidos de vuelta a un mundo sin natación sincronizada

La clausura de los Juegos Olímpicos de Londres 2012 nos deja a todos una gran sensación de vacío, casi la misma que ya teníamos antes de que empezaran. La impostura que requiere vibrar a lo largo y ancho de dos semanas al compás de la natación sincronizada, el piragüismo en aguas bravas o la gimnasia rítmica dejan exhausto al foroto más entusiasta. Asistimos a un espectácular negocio en el que lo único real son las ceremonias de apertura y clausura. No sabemos quién se ha dopado y y ha eludido los controles, aunque podemos reflexionar sobre el estrepitoso desplome del atletismo español; no sabemos quién hubiera debido disputar en justicia la celebradísima final contra Estados Unidos de no mediar la picaresca nacional -porque colarse de rondón no sólo se traduce en una presencia injusta sino también en una ausencia indebida- y no sabemos si 17 medallas son muchas o pocas porque ignoramos cuánto dinero nos ha costado cada una de ellas o si 2,8 millones de euros son una inversión o un dispendio. Del COI, nada sabemos porque para eso maneja sus cuentas en Suiza. En cuanto al fabuloso negocio que para los ciudadanos de Londres ha constituido tamaño evento, permanece la tupida niebla en torno al tema. En el ya inevitable ritual de dimisión de responsabilidades, el espectador reclama más deporte femenino a lo largo del año, abomina del monocultivo futbolístico y muestra su disposición a practicar el triatlón de sofá, abriéndose a nuevas disciplinas. En lugar de asumir el insufrible desinterés que despiertan el 80% de los deportes -99% en el caso de los practicados por mujeres- entre el consumidor, sea cual sea su sexo, edad o condición -y por lo tanto, del hipotético patrocinador-, esta versión fantástica atribuye la escasez de retransmisiones deportivas de hockey hierba a la conspiración de las televisones, que al parecer en ningún caso estarían dispuestas a obtener beneficios económicos a costa de invadir la parrila de campeonatos de tiro al arco. Todas las medallas de plata saben a plata, salvo las que ganamos nosotros, que saben a oro. Semejante inmersión en el mundo del ilusionismo colectivo refleja de alguna forma lo que ahora mismo es España. Dan hasta ganas de convocar elecciones anticipadas.

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