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Alberto Moyano

El jukebox

Retrato de un equipo corriente con pistas de atletismo

Cuando hace veinte años se estrenó una película que, recogiendo un dicho muy popular, se tituló ‘Todos los hombres sois iguales’, mi bisoñez me llevó a formularme una pregunta preñada de esperanza: “Iguales… ¿a quién?” Al fin y al cabo, por aquella época ya había triunfado Brad Pitt con ‘Thelma & Louise’. Por cierto, nunca me aclaré quién era una y quién, la otra. En el caso de los equipos de fútbol, el valor a preservar a toda costa es el hecho diferencial del ‘realsocialismo’ y si la defensa de este principio implica falsear la realidad, se recurre sin titubeos al tuning.

Bajando al terreno de lo concreto, el paso de la Real Sociedad por la Champions se salda de momento con un empate y cuatro derrotas, y todas las explicaciones puestas sobre la mesa hasta ahora -“hemos pagado la novatada”, “nos ha faltado suerte en los momentos clave” o “nuestros rivales multiplican nuestro presupuesto”- remiten a lo que viene siendo el discurso de la cotidianeidad en esto del fútbol. El nuestro es un equipo basado en el mismo esquema que el de tantos otros, un esquema que aquí, como en todas partes, funciona con suerte una vez cada diez o veinte años: canteranos -algunos de los cuales aterran al aficionado con su mera alineación en el equipo titular-, ídolos locales que siempre desaparecen a tiempo y todas las esperanzas volcadas en esos extranjeros que marcan las diferencias. Así las cosas, sólo queda el recurso a la afición para sostener en pie la teoría del carácter especial.

Y aquí nos encontramos con un club cuyos seguidores se desplazan por miles a Manchester para decir que vieron jugar a la Real en ‘El Teatro de los Sueños’, pero por sólo decenas al desapacible y carente de pedigrí estadio del Shakthar Donetsk, si hay que decirlo todo, para disputar un partido mucho más decisivo. Es decir, lo esperable de cualquier afición con una cierta disponibilidad económica como es la nuestra. Por lo demás, el seguidor realista se dedica en general a aplaudir las victorias, a pitar las derrotas y a lamentar los empates en clave de gran ocasión desperdiciada, y siempre conoce al equipo, tanto individualmente como en grupo, más y mejor que el entrenador, independientemente de quién sea este último.

El colofón a todo esto consiste en proclamar que “la afición estuvo por encima del equipo”, un mantra que en rigor se podría formular tantas veces exactamente a la inversa y, sin embargo, nunca se hará por motivos tan mezquinos como “el que paga manda” y “el cliente siempre tiene razón”. Sería doloroso remontarse a lo que en su día se dijo y aún se dice -sotto voce- sobre Alberto Ormaetxea. Basta con recordar qué fue del entrenador que metió al equipo en esta Champions, por no hablar del que lo hizo hace diez años. Ninguna estaba a la altura, se consideró. Bienvenidos al terreno de lo ordinario: no sólo somos corrientes, también muy predecibles. Nada nos singulariza tanto como las pistas de atletismo.

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