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Alberto Moyano

El jukebox

La Transición para 'dummies'

Cuando se glosa la Transición española, se tiende a obviar o a exagerar el peso de uno de sus grandes actores: esa cosa llamada el pueblo, que efectivamente ejerció un papel de mero acompañamiento limitándose a asentir a todo. Esta pasividad, disfrazada ahora de asertividad, resultó decisiva, pero como se asemeja tanto a la ausencia, el relato tiende a bascular hacia las individualidades. Durante este período y hasta hoy, el español no se instala tanto en la contemplación, como en la obediencia. Así, los grandes muñidores se van sucediendo en el relato de acuerdo con las modas que marcan los obituarios: ayer, el conde de Barcelona; hoy, Adolfo Suárez; mañana, su majestad el rey. Hasta hoy.

Cuando Franco designa a Juan Carlos de Borbón como su sucesor, el régimen se guarda su opinión al respecto y asiente. A la muerte del dictador, el príncipe se corona y la grada aplaude. A su vez, el pueblo español también lo hace de inmediato, en contra de los falsos relatos autojustificativos que fijan su retrospectiva legitimación en el 23-F. Bien, lo cierto es que el rey llegó a la intentona golpista ya aclamado. Cuando el rey elige a Suárez, los ciudadanos refrendarán su decisión y le otorgarán la victoria en esas elecciones y, para despejar cualquier duda, también en las siguientes. En lo que se considera una decisión inexplicable al ignorarse que este carácter obediente se manifiesta tanto en loindividual como en lo colectivo, la cortes franquistas aprueban la Ley de Reforma Política y se suicidan. Acto seguido, el pueblo, como no podía ser menos, refrenda. A continuación llega la Constitución, cuyo recuento de ‘padres’ da una cifra no mayor de siete: como buen hijo, el pueblo suscribe el texto. Entre una cosa y otra, la dirigencia del Partido Comunista abdica de todos sus postulados y la masa que le había convertido en el principal partido de la oposición al franquismo acepta el precio de la legalización. Antes, el minúsculo PSOE ya había soltado lastre en aras a colocarse cerca de la ‘pole’. Su escuálida militancia dudó, pero finalmente pronunció el ‘sí’, sintonizando con todo un pueblo mediante su palabra favorita. También el llamado ‘franquismo sociológico’ se había echado en brazos de cuanto le habían puesto por delante. Por otro lado, los Pactos de la Moncloa se tejían de espaldas a la ciudadanía que, no obstante, premiaba tanta audacia respaldando por omisión los acuerdos. Los referendos de autonomía se saldaron con sus correspondientes dieciséis ‘síes’ y una abstención, la de Navarra que no llegó a ser consultada dado lo reciente de algunas veleidades. Durante el 23-F, se produce un breve impasse en el que como no se sabe qué está pasando y -lo que es aún más importante- quién manda. A falta de un receptor nítido al que decirle ‘sí’, el pueblo se pone de perfil y nadie reacciona: ni los contrarios al golpe, ni los partidarios que, según se nos cuenta ahora, eran poco menos que legión, aunque jamás se supo que fue de ellos. Fracasada la grotesca asonada, la gente se echa a la calle para festejar junto a los vencedores. Después hubo más, aunque contadas, ocasiones de obedecer a ciegas y así, en marzo de 1986, donde antes se había dicho ‘no’ pasó a decirse ‘sí’ y España se mantuvo en una OTAN enla que, por lo demás, ya había ingresado cuatro años antes. El último gran ‘sí’ en referéndum fue a una Constitución Europea que ni siquiera llegó a entrar en vigor, lo cual quién sabe si nos ahorró el engorroso trámite de leerla.

Sería ingenuo concluir que esta larga tradición de mansedumbre no se ha cobrado un precio: el pastoreo en el que aún deambuleamos. Tanta inhibición acumulada se paga en la desaparición del temor a una respuesta negativa, lo que en las relaciones de poder equivale a un “estás perdido”. En cuanto a la Transición, se hubiera producido de una forma u otra, con Suárez o con otro. Puede que hubiera cambiado el tránsito, pero no el destino. En 1975, el franquismo hace ya tiempo que se ha convertido en un molesto lastre para el poder económico que, desaparecido el dictador, jamás se hubiera resignado a quedar, cual paria, al margen del Mercado Común, por aquel entonces, el mundo de los grandes negocios.

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