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Alberto Moyano

El jukebox

Donostia 2016: la coreografía del palo y la zanahoria

El encuentro de ayer en Bruselas entre el comité de expertos europeos y los responsables de Donostia 2016 se saldó con un éxito rotundo y las correspondientes felicitaciones a la Oficina de la Capitalidad y a las instituciones que respaldan el proyecto. Se trata de un ritual ya casi atávico que se repite año tras año desde al menos 2007. Hay un tiempo para las críticas y hay un tiempo para las palmadas en la espalda. Ahora estamos en ése en el que las lanzas se tornan cañas. Sin embargo, para contextualizar adecuadamente la evaluación de ayer conviene echar la vista atrás y repasar la trayectoria de las un tanto encriptadas relaciones entre las instituciones europeas y la Capitalidad donostiarra. La concesión del Premio Melina Mercouri, que no es automática pero desde luego sí sistemática por cuanto jamás ha dejado de otorgarse a ciudad alguna, rubricará el diagnóstico. A poco más de siete meses para la inauguración del evento, el rumbo de la Capitalidad escapa ya a las directrices de las autoridades europeas, y su papel se reduce a respaldar lo que a estas alturas de la película son prácticamente, para bien o para mal, hechos consumados.

Entre los miembros del comité de seguimiento que examinó ayer a Donostia 2016 se encontraba Ulrich Fuchs, quien el pasado mes de julio visitó Donostia en compañía del entonces presidente de este organismo europeo, Steve Green. Ya entonces los dos expertos avalaron la marcha del proyecto, a pesar de que por aquel entonces llevaba cuatro meses descabezado sin director general tras la dimisión de Itziar Nogeras. Aquel día, los expertos alertaron del desprestigio que para la ciudad suponían las críticas, tanto políticas como mediáticas, y quizás en ese contexto haya que entender la efusiva acogida que la exposición de la Capitalidad donostiarra cosechó en el cuentro de ayer.

Sin embargo, un repaso al informe que emitieron hace menos de dos años permite comprobar cuán pendientes de resolución continúan algunas de las cuestiones que allí se ponían en solfa. Dejando a un lado la cuestión de «la falta de liderazgo» –de la que responsabilizaban directamente al Ayuntamiento– por encontrarnos en período preelectoral, la Comisión de Control y Asesoramiento de Capitales Europeas de la Cultura censuraba tras su visita del 17 de junio de 2013 «las injerencias políticas», que ayer fueron soslayadas –de forma nada sorprendente por otro lado–, pese a haber desembocado en nada menos que una demanda judicial. Aquel informe también instaba al Patronato a incorporar a otros estamentos procedentes de la universidad, la empresa y la sociedad civil, cosa que nunca llegó a suceder. Asímismo, lamentaba los retrasos, uno de los cuales ha dado precisamente al traste con el proyecto de la nao San Juan: cuatro millones de euros sobre un presupuesto estimado de 48 millones. Por cierto, que ya en 2013 el comité mostraba su sorpresa por la rebaja de 89 a 63 millones del presupuesto, una decisión aprobada tres días después de que Manfred Gaulhofer y Steve Green se pasearan por Donostia sin que alguien les comentara ni palabra al respecto. «Esto no inspira mucha confianza», advirtieron. Pero eso fue entonces. A día de hoy, los recortes presupuestarios ya no preocupan tanto como que se garantice la cifra final, sea ésta finalmente cual sea. Respecto a los patrocinios privados, el informe instaba a «elaborar una detallada estrategia de mecenazgo que vuelva a suscitar interés». El pasado mes de julio volvieron a alertar sobre el tema, instando incluso a los grupos municipales de la oposición a ponerse manos a la obra. Bien, lo cierto es que Donostia 2016 se presentó ayer en Bruselas con ese casillero a cero, sin que los expertos se mostraran excesivamente inquietos por esta contingencia.

En 2013 tampoco se olvidaban de criticar al Ministerio de Cultura. Por un lado, por no haber «garantizado hasta el momento su apoyo financiero», extremo que a día de hoy aún le reprochan tanto Ayuntamiento como Diputación. Por otro, por condicionar sus aportaciones presupuestarias a programas concretos, práctica que se ha mantenido vigente desde entonces y ahí continúa, pero que a juzgar por lo visto ayer, carece de importancia.

¿Significa esto que Donostia 2016 no ha hecho nada? En absoluto. Ha seguido la recomendaciones europeas en cuanto a la estructura interna de la Fundación –lo que ellos denominan gobernanza–, al aumento de personal del proyecto –con cierto retraso, eso sí–, y ha conseguido elaborar un programa cultural –cuyo avance presentará en breve– en unas condiciones de adversidad que sólo quienes trabajan en el seno de la Oficina conocen al detalle.

Ayer tocaba espaldarazo, forma parte de la liturgia europea y del argumentario que arropa la más que predecible concesión del Premio Melina Mercouri y sus 1,5 millones de euros que, no lo olvidemos, constituyen la única y un tanto famélica aportación económica europea al proyecto. Desde la designación de la Capitalidad, asistimos a una coreografía que se repite año tras año con otros nombres. Quizás en su día convenía enfriar las críticas; seguro que ahora es aconsejable hacer lo propio con los elogios.

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