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Alberto Moyano

El jukebox

Lectura insólita del 'sí se puede'

Lo bueno de cabalgar el carrusel vasco es que va más rápido, de tal forma que siempre lleva una vuelta de ventaja sobre el español y que todo cuanto acontece en este último ya lo has visto antes. Aclarado lo cual, hay que certificar una vez más que confundir ‘reality’ con ‘realidad’ suele tener consecuencias catastróficas que algunas veces conducen a la melancolía y la mayor parte de las otras, a la rabia. El 15-M fue un programa de televisión, al igual que lo fue -por poner un ejemplo ilustrativo- el ‘espíritu de Ermua’. No sólo, pero sí principalmente y antes que nada. La realidad suele otorgar a este típo de ficciones un límite de cuatro años porque a la gente le gusta jugar con la cadena -elecciones municipales, europeas…-, pero en raras ocasiones con el mono -elecciones generales-. Ese límite se llama ahora Rajoy como antes se llamó Ibarretxe.

En el caso del 15-M el programa de televisión se levantó sobre una ficción ideológicamente nauseabunda: somos el 99% contra el 1%, de tal forma que en un lado estaba Amancio Ortega junto al Ibex-35, y al otro, “la gente”, una entelequia que englobaba al trabajador y al pequeño y mediano empresario, como si fueran un todo llamado a convertirse en sujeto activo de la Historia y en herramienta de transformación. Un puñado de eslóganes sonrojantes hicieron el resto. Los niños de todas las edades se han desfogado a modo durante cuatro años, dando de paso un espectáculo lamentable, hasta que pasados los cuatro años de recreo, la realidad -una andereño implacable- ha llamado a de vuelta al aula. Ya les pasó antes al dúo Mayor Oreja-Redondo Terreros. En aquella ocasión, el diagnóstico fue claro: “El pueblo vasco aún no está maduro”. En esta, tampoco han faltado las argumentaciones disparatadas, más o menos ingeniosas en función del emisor: del ‘pucherazo’ electoral a la culpa la tienen ‘los viejos’, también de todas las edades. La izquierda sigue en la luna de Valencia y la clase obrera se echa en brazos de la ultraderecha, harta de que le imparta lecciones de -por ejemplo- integración una progresía ilustrada cuyo único contacto con los inmigrantes se limita a elegir mano de obra para las tareas domésticas.

Como no podía ser de otra forma, todo este monumento se levanta sobre muchas piedras y por encima de todas, una que es epidémica: el infantilismo rampante. Para convertirse en partido Podemos hubo de dar la vuelta como a un calcetín a todo el 15-M y para ganar algún día las elecciones generales deberá hacer lo propio consigo mismo. Es el triste sino de los ‘realities-show’. Algún día nos toparemos de frente con la renta básica universal y, al igual que cuando sale un pazguato en la tele dudamos sobre si es de ‘Gran Hermano IV’ o de ‘Gran Hermano V’, entonces nos preguntaremos: ¿tú no salías en un programa electoral de las Europeas de 2015? El ‘espíritu de Ermua’ ya no interesa ni a los arqueólogos, apenas materia de estudio para certificar que la ortopedia social suele acabar generando una mayoría de rechazo, y el 15-M enfiló el mismo camino desde que miles de personas gritaron anoche “¡sí se puede!” al pie de un edificio reformado, presuntamente, con ‘dinero negro’.

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