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Alberto Moyano

El jukebox

Mis conversaciones con una audioguía

Fui a la magnífica exposición “Turismoak” que acoge la sala de exposiciones del Koldo Mitxelena con mi propia audioguía. “El turismo masivo es devastador, como los estupefacientes –me dijo una voz a través del artefacto–, pero cada vez que se debate sobre alguno de estos asuntos los argumentos se centran sobre los perniciosos efectos a largo plazo y se hurtan los elementos gratificantes que acompañan sus inicios: producen un gran bienestar”. En efecto, pensé: a día de hoy invertimos más tiempo en lamentarnos de la gentrificación que en relatar nuestras propias vacaciones, una anomalía emergente. Es más: si no disertas sobre la masificación veraniega de tu localidad tú interlocutor puede llevarse la impresión de que vives en un lugar infecto. Lo catastrófico tiene su prestigio.
Obra número 1: “Cuando hablamos del turismo –continuó con su perorata la audioguía– apuntamos con el dedo a los touroperadores y las grandes cadenas hoteleras, pero es un negocio en el que mete la cuchara todo el que puede. Y no hablo de precios de la hostelería e industrias derivadas, sino de particulares en disposición de alquilar cualquier cosa susceptible de servir de alojamiento, desde pisos reconvertidos en “pateras” hasta habitaciones sueltas. Ítem más –continuó la máquina–: crece el número de individuos que intercambia sus viviendas para disfrutar de las vacaciones, saltándose a los intermediarios y de paso, ahorrándose un dinero”. Cierto: se dice que es posible intercambiar un coqueto piso donostiarra por una vivienda neoyorquina, tal es la cotización que hemos alcanzado en el mercado.
Obra número 2: “Desconfía de la adjetivación del sustantivo “turismo” –prosiguió la audioguía mientras avanzaba en el recorrido de la exposición–: turismo cultural, turismo de aventura, agroturismo, turismo religioso, turismo de catástrofes, turismo de calidad y, en especial, turismo sostenible. Son distintas denominaciones de una misma cosa”. Y cuando me cambié de mano de la audioguía porque se me había dormido ya el brazo derecho, la voz añadió: “La condición de cada destino turístico no la determina el destino, sino el turista. En busca de un turismo de alto poder adquisitivo, puedes elevar los precios, pero eso sólo servirá para acortar la estancia o incluso, para suprimir la pernoctación, convertido en destino para “excursiones de un día”. Y no pude negárselo: lo que en su día fueron destinos selectos son hoy pasto de las hordas: de Capri a la Costa Azul, de Yalta a Lisboa, de Essauira a Florencia. Y viceversa: ni el más lisérgico profeta hubiera atinado hace treinta años a vaticinar que Bilbao acabaría convertida en la escapada perfecta, con extensión a San Sebastián.
Obra número 3: A la audioguía aún le quedaba discurso y a mí, exposición por delante, así que me mantuve atento a sus explicaciones: “La fascinación vacacional no la modulan las responsables de gestionar el turismo, sino la ley de la oferta y la demanda. La primera crece mientras lo haga la segunda y ésta sólo retrocede ante dos fenómenos: la inseguridad ciudadana o el desprestigio social del destino turístico”. Y la máquina prosiguió incansable: “Si te hablan de modular y seleccionar el tipo de visitantes que vas a recibir probablemente te estén engañando. Y si te hablan de destinos vírgenes y tribus sin contactar, con toda seguridad lo están haciendo porque ya no hay enclaves por descubrir, sino temporadas: alta, media y baja. Y si hablamos de masificación, es preferible soportarla en una playa que hacerlo en una exposición”.
Obra número 4: Al aparato se le estaba agotando ya la batería, pero antes de fundirse en el silencio aún tuvo energía para rematar: “Es muy sospechoso que el turismo se haya convertido en una pasión universal y que a todo el mundo le guste viajar. De hecho, no a todo el mundo le gusta, pero es un fenómeno inducido. En el caso de una pareja, basta con que uno de sus miembros quiera ir para que los dos vayan. Lo mismo, en el de una familia numerosa. Buena parte de los turistas no van, sino que son llevados –y un pequeño porcentaje, incluso arrastrados–; lo de menos es a dónde. Observa el estupor en estado puro reflejado en las caras de los grupos de turistas sometidos a las prolijas explicaciones de los guías. Su interés por el lugar es bastante limitado y a partir de la tercera parada no se molestan en disimular. Los museos se llenan a base de gente que no ha pisado en la vida los de su propia ciudad. Vais a sitios, pero no sabéis por qué, como certifica el propio invento de las guías y las autoguías”. Silencio.
Final de la exposición: Y creí que ya se había apagado, cuando sentenció: “Tampoco hay que descartar que llegue el día en el que lo “trendy” sea quedarse en casa”.

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