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Fernando Becerril

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La Copa de baloncesto es un espectáculo, un acontecimiento social que reúne a centenares de personas venidas de todas partes y ha sido capaz de inventar la neutralidad pública a pesar de que siempre existe un anfitrión. No hay nada mejor. Claro que sufre un déficit de competitividad. El dinero del fútbol provoca grandes diferencias presupuestarias entre los que pueden perder mucho dinero cada año y los que se juegan la supervivencia si acumulan déficit. El impacto del fútbol multiplica la audiencia si se enfrentan los dos únicos clubes en esta cita para los que el basket es un adorno. Así que la final entre Barcelona y Madrid se repite y se repite. La excepción se produjo en Vitoria hace tres años. Les tocó encontrarse en el primer partido del torneo y claro sólo pasó uno.

Más excepcional fue lo que sucedió ayer cuando el Barcelona se estrelló de entrada ante el Bilbao y el líder Valencia ensombreció su asombrosa campaña frente a un Gran Canaria que jugó libre, mientras su adversario se sentía maniatado por una responsabilidad desconocida, la de la oportunidad de ganar la Copa en la primera ocasión en la que era un claro candidato. Fue una bomba multiplicada por dos.

Sito Alonso y Hervelle, tras lograr la clasificación para semifinales.

Hacía 18 años que los dos primeros de la Liga ACB no caían en cuartos de final. Era la primera vez desde la noche de los tiempos en los que la Copa hacía honor a su propia fama, a su legendaria identidad, y dejaba abierta sus puertas a cualquier resultado. Los aficionados al baloncesto, excepto blaugranas y taronjas, abandonaron anoche el Coliseum coruñés con un orgullo y una ilusión desconocidas. Este deporte, su deporte, se acababa de reivindicar después de años de rodillo en los que las sorpresas parecían vedadas.

La primera consecuencia se podrá apreciar esta tarde cuando Fuenlabrada y Obradoiro salten a la cancha para medirse uno al Real Madrid y otro al Baskonia sabiendo que el “sí se puede” es algo más que un slogan. Es sumamente improbable que sigan produciéndose sorpresas pero para los dos clubes más pequeños los resultados de la víspera avalan su ilusión. El Fuenlabrada ya ganó a los blancos hace unas cuantas semanas. Saben que sí se puede a poco que las bajas pasen factura al Real Madrid.

Y el Obradoiro está en casa y nadie cuenta con él. Hará bien Baskonia en salir como cualquier otro día, dispuesto a defender fuerte, meter ritmo y desbordar a su ilusionado adversario. Porque como empiece a pensar en el título antes de jugar su primer partido puede pagar un precio alto. El mismo que pagaron ayer Barcelona y Valencia, el de volver a casa antes de lo previsto.

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Una visión afilada de la vida

Sobre el autor

Han sido muchos años en los que me ha tocado ver, leer y escribir de un deporte y de otro, del fútbol a la pelota pasando por el baloncesto y unos cuantos más. Me apetece contar lo que veo, lo que me sorprende y lo que admiro sin tener que pensar en un resultado. Pero no sé si seré capaz de hablar sólo del resto de la vida... Porque hay semanas en las que parece que el mundo entero es un terreno de juego. Veremos.


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