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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

Diez ideas para redescubrir Donostia y Gipuzkoa… como si fueras un catalán o un sueco

 

Vale: esta Semana Santa toca quedarte en casa. No hay dinero, o debes cuidar a la abuela, o al niño recién nacido. O no te apetece ir a Praga a saludar al vecino del quinto (uno antes se encontraba a los vecinos en Bernidorm; ahora en Tokio, París o Nueva York).

No sufras. Si Ikea decía aquello de ‘redecora tu vida’, tú redescubre tu ciudad, tu pueblo, tu entorno. Disfruta de Donostia o Gipuzkoa como si fuese la primera vez. Como si fueras uno de esos catalanes o suecos que exclaman eso de «qué bonito es todo esto».

Aquí van diez ideas. Sí, es una elección caprichosa y quedan fuera otras mil, pero para eso ya tienes los folletos de turismo.

 

1. De qué hablamos cuando hablamos de andar. A Murakami le gusta correr y escribir sobre correr; como yo solo soy un Tribulete periférico y txikito me gusta andar y escribir sobre andar.
Pasea. Vete desde Donostia hasta Getaria por Igeldo, Orio y Zarautz: seis horas de subir, bajar y ser feliz.
Descubre la ruta del litoral que va de Hendaya a San Juan de Luz: tres horas más llevaderas sobre acantilados que parecen una pequeña Escocia en Iparralde.
Asómate a la ‘ruta del flysch’ que serpenta sobre Zumaia: puedes entrar en el ‘circuito’ en cualquier punto y andar el rato que te parezca. Todos son buenos.
Y si estás harto del mar, vete a Tolosa, aparca en Izaskun y sube hacia la cima del Uzturre. Si tienes fuerza y tiempo, cuando llegues a la cima te imaginarás Juanito Oiarzabal; si te cansas antes, date la vuelta. Andar solo un tramo ya merece la pena.

 

2. Móntate en el Ciudad de San Sebastián. Ya lo sé: te da corte. Parece de turistas. «¿A estas alturas me voy a subir al Ciudad de San Sebastián, como si fuera un turista aragonés?». Pues lánzate. El catamarán que sustituyó al viejo barco quizás tiene menos encanto, pero es más cómodo, práctico y seguro. Merece la pena.

¿Prefieres travesías más cortas y prácticas? El barquito que pasa de Hondarribia a Hendaya me sigue resultando un invento mágico: parece que siempre ha estado ahí, pero solo fue posible cuando cayeron fronteras y prejuicios.

 

3. ¿Unas sardinas en el muelle? Y ya que estás ahí, en el muelle donostiarra: ¿por qué no te sientas a comer en el puerto, como un turista más? El muelle recoge un amplio muestrario gastronómico, desde las ‘cenas asesquible’ para turistas hasta excelsos pescados para ‘connaisseurs’. Créeme: te parecerá que estás en Menorca. Y si pasa por delante el compañero de trabajo, no te escondas: en el fondo le estarás dando envidia.

 

4. Pintxos por Lo Viejo… ¡incluso en los bares con platillo! Ir de pintxos es caro, ya. En Semana Santa los bares se llenan de guiris, sí. Y te revientan los bares donde te dan el platillo para que coloques ahí tus banderillas, como si fueses un australiano camino de los sanfermines. Pero date un homenaje. Vuelve al bar de Lo Viejo que frecuentabas con quien hoy es tu pareja o lánzate a ese nuevo del que tan bien te han hablado.
Y entra en los hoteles: sus bares también son para los de casa.

 

5. Entra a un museo. Vale: parece que solo hablamos de cosas de comer.¡ Pues vete a un museo que no sea el museo del jamón! ¿No te da vergüenza no haber entrado aún al renovado Museo de San Telmo? Ya no es el lugar tétrico de las estelas y los baserris: ahora es como un documental de La 2 que te cuenta nuestra historia: hay hasta motos y discos de Mikel Laboa al lado de los cuadros de El Greco.

¿Aún no has visitado el Museo Balenciaga? Sí, hace lustros leíste en el periódico que habían tenido follones, pero es un edificio original donde se exponen los vestidos del modisto como en un Zara de luxe. Asómate, que resulta curioso.
Y si quieres un caprichito, el Museo Naval, en el puerto donostiarra: ahora se expone una colección de arte relacionado con el mar que es una delicia.

 

6. Fotos en la sala Kubo. Ya: que eso de los museos te da miedo. Pues prueba con la exposición-de-la-que-todo-el-mundo-habla ahora mismo en San Sebastián: las viejas fotografías de Catalá-Roca en la sala Kubo del Kursaal. Es como ver el álbum de fotos del abuelo pero si el abuelo hubiese sido visto un genio de la cámara. Merece la pena.

 

7. El cine mola. ¿Y si llueve? Entra al cine: el cine vuelve a ser cool. Ya has visto ‘8 apellidos vascos’, la única película que te ha llevado a una sala en los últimos veinte años, pero hay más. Llevamos meses de buena cosecha. En Donostia hay ahora mucha versión original: para ver una película con subtítulos no hace falta esperar al Festival. Entra, escucha el inglés y disfruta. Repetirás.

 

8. Una librería. ¿Sigue lloviendo? Entra a una librería. Sí, está esa grande del centro de Donostia en la que también venden ordenadores y teléfonos. Pero existen otras, pequeñas (cada vez menos, por desgracia) donde encuentras libros viejos y descatalogados y tropezarás con seres mitológicos y magníficos: ¡los libreros!

 

9. Eibar, Arrasate, Errenteria. Vale, eres donostiarra y tienes todo muy visto. ¿Sabes que Gipuzkoa existe más abajo de Tolosa y más al Oeste que Zarautz? Vete a Eibar, el municipio de moda por el fútbol. Pasea por la Plaza de Unzaga y entra al único Corte Inglés del territorio.
O vete a Arrasate. O a Errenteria, como un Jordi Évole de paisano. O a Oñati, un lugar que si estuviese en Italia te recomendaría un amigo «aunque tengas que hacer cien kilómetros más».

 

y 10. Piensa. Cuando estás de vacaciones lejos cada día ideas un plan como si fuese el último de tu vida. Aplícate el cuento en casa: no te quedes en el sofá leyendo el periódico y estrújate el coco. Bueno, primero lee el periódico (en papel, sí: mola) y luego tira millas. Como si fuese la primera vez.

 

 

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La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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