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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

Una de periodistas ('Spotlight', Gambardella y aquella redacción de Donostia que parecía 'Primera plana')

La gloria se la llevan los reporteros de guerra, pero el verdadero mérito periodístico es de quien escribe sobre los vecinos de la calle contigua y cada mañana recibe el ‘feed back’ en directo: o sea, la reacción de la ‘fuente’ o del lector en propias carnes. Lo subraya hasta Gervasio Sánchez, el mítico enviado especial a tantas trincheras: el ‘periodismo de riesgo’ real es ser corresponsal en un pueblo y acudir diariamente al Ayuntamiento a buscar información.

Una de las películas más divertidas sobre periodistas es ‘The Paper, detrás de la noticia’, de Ron Howard: aquella en la que Glenn Close se pelea con un colega para pulsar el botón de la rotativa. En ese filme un redactor vive en bronca permanente con el concejal de Tráfico: hay más épica ahí, y más periodismo real, que en el Mel Gibson de ‘El año que vivimos peligrosamente’ y su guerra de Indonesia.

El Oscar a ‘Spotlight’ vuelve a poner de actualidad el cine sobre periodistas. Criticamos a Hollywod por conservador, pero la Academia da luego su gran premio a un filme valiente que denuncia los casos de pederastia por parte de curas en Boston. Uno envidia ese Boston Globe donde los periodistas investigan a fondo y con tiempo. En realidad la película trata más de cómo un periodico resiste las presiones de los poderes que sobre la propia pederastia.

Porque las películas de periodistas son a veces, a ojos de los propios periodistas, historias de ciencia ficción. El periodismo de la pantalla y el periodismo real no tienen mucho que ver, aunque (yo confieso) vengo de una Redacción de madera que parecía de la mítica ‘Primera plana’: mis padres se conocieron en la vieja La Voz de España, donde trabajaban. Cuando yo era un chaval visitar a mi padre en el periódico era mejor que subir a Igeldo. Me sentaban en una mesa con el Marca y yo hacía que leía, pero en realidad no quitaba ojo a la fauna que merodeaba por ahí. Nunca nadie me preguntó qué quería ser de mayor: todos dimos por hecho que el crío sería Tribulete.

Yo también conocí a la ‘princesa rubia’ en un periódico que fue un feliz caos, La Voz de Euskadi. Quería ser un ‘Liberation’ guipuzcoano pero terminó como una quimera abocada al cierre de la que salimos unos cuantos hoy repartidos por el mundo. Lo pasamos bien.

En la facultad algunos querían ser Woodward y Bernstein y descubrir su Watergate txikito. Otros se imaginaban como un Ciudadano Kane. Yo prefería el personaje de Joseph Cotten en esa obra de arte: un crítico borrachín y deslenguado que acaba en harakiri profesional por no mentir. Bueno, también quería ser el Mastroianni de La Dolce Vita: supongo que para que una Anita Ekberg gritara mi nombre sumergida en una fuente, pero también para contar las historias pequeñas de la gente, que al final son las grandes. Ahora que soy mayor me gustaría ser el Gambardella de ‘La Grande Bellezza’, pero Donostia no es Roma… y nadie vio a Gambardella escribir columnas de breves atado a la mesa de una Redacción.

Nos gustan las películas de periodistas porque hablan de la gente y de gente que quiere encontrar verdades. Nos gusta el periodismo y más ahora que los gurús siguen decretando la muerte del papel: pronto en vez de gritar «que paren la rotativa» bastará con hacer ‘control Z’ en el teclado.

Lo peor del periodismo es, en cualquier caso, los periodistas. Ya sabes: gente como yo.

 

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La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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