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Mitxel Ezquiaga

¡Ke paren la rotativa!

Tío Julio (una de periodistas)

Los periódicos somos pudorosos, aunque no lo parezca: dedicamos muchas páginas a los muertos ilustres “de fuera” y racaneamos el espacio cuando se va uno de los nuestros. El viernes falleció Julio Díaz de Alda, un histórico de este papel, y lo despedimos discretamente, como mandan los cánones. Pero a algunos nos jode íntimamente, o así, que baste un folio para decir adiós a un señor que dedicó su vida a que este periódico sea uno de los que mejor aguanta el embate de las crisis en España, el Estado, estepaís o como quieras llamarlo. Se llamaba Julio Díaz de Alda (no confundir con su hijo, que escribe, vive y colea, como sucesor, en las páginas de Economía) pero los que le queríamos le llamábamos “tío Julio”. No sé quién le bautizó así (probablemente Ana Urroz) pero era la mejor forma de concretar su bonhomía cercana y sobria.

Cuando yo llegué a esta redacción de Ibaeta, ¡hace treinta años!, Julio ya estaba aquí. Parecía surgido de la película Primera Plana, o de cualquier filme de Hollywood en el que Bogart hiciera de periodista. Envuelto permanentemente en el humo de sus cigarros, con el lápiz en la oreja y siempre la respuesta irónica en la boca, Julio era un clásico de la Redacción. Redactor-jefe, reinaba en las tareas de edición y compensaba su tarea oculta de mesa con artículos de un fino costumbrismo protagonizados por don Abelardo y las primas de Tolosa. Dibujaba con gusto, sacaba música de cualquier artilugio sonoro que cayera en sus manos y cuando algo no le gustaba prefería hacerse el sordo que armar una bronca. Eran tiempos en que a veces había bronca en las Redacciones: ahora cuando uno se mosquea revisa el Twitter.

Hablaba en “juliense”. “Lo que iba a cuatro calumnias ahora tienes que meterlo a una”, decía al recién llegado, que debía adivinar que en su lenguaje “calumnia” era “columna”. Cuando se perdía en la sala de teletipos podía traer en la mano unas inundaciones de Murcia o un robo en una sucursal del Banco Hispano-Americano. “Pasa la página par a la impar”, oías su voz entre el humo. En las reuniones de jefes era el hombre callado que hablaba lo justo: lo que le correspondía y la broma oportuna para desdramatizar la bronca del director a otro compañero. Si el compañero eras tú, se lo agradecías luego en la máquina del café. Porque Julio, además de cigarros, se alimentaba de cafés. En vena.

Era cariñoso y austero a la vez (era ‘alavés’, sí) y cuando alguna mañana de sábado yo traía a mis hijos, aún pequeños, al periódico, siempre querían sentarse en la mesa del “tío Julio”: sabían que ahí habría pinturas y hasta algún caramelo. Cada 19 de enero, cuando a media tarde montamos una tamborrada anárquica y amateur en la Redacción para calentar motores antes de que empiece la de verdad, Julio era nuestro Tambor Mayor, y desfilaba marcial entre mesas y ordenadores, envuelto en una casaca de Napoléon txikito, a los sones de Sarriegui.

Cuando Julio dejó el periodismo de trinchera (el verdadero Vietnam es hacer mesa en una Redacción, no irse a la guerra a mandar crónicas) tuvo la suerte de volcarse en una de sus viejas pasiones, los  toros, para convertirse en una especie de “corresponsal taurino”. El mundo del toro de Gipuzkoa se lo reconoció con premios oficiales y oficiosos. Aún recuerdo la emoción de Julio, hace un año y ya enfermo, cuando en Berastegi el gran Antxon Elosegui, la gran Nisa Goiburu y una cuadrilla no menos grande le rendimos un homenaje sencillo y guipuzcoano por ser cómo era. (En la foto, Julio y Nisa ese día, con el cuadro que le dedicó la artista).

Julio Díaz de Alda ha muerto demasiado pronto, como casi todos, pero queda su huella. Muchas veces seguimos citando sus frases, como hacemos con otros compañeros ya jubilados.  “Como diria Julio…”, recordamos.

“Visto”, diría ahora Julio. Vamos a lo siguiente, pues.

 

 

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La vida, nada más

Sobre el autor

Curioso. Periodista de El Diario Vasco. Presento 'Keridos Monstruos' en Teledonosti. Ñoñostiarra, ma non troppo: hay vida más allá de la barandilla. O así


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