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Lourdes Pérez

La mirada

Una 'paz laica'

1.- En su último comunicado, ETA vuelve a pedir a la ciudadanía vasca que crea en su palabra de organización terrorista agonizante, cuando anuncia que ha desmantelado “las estructuras logísticas y operativas derivadas de la práctica de la lucha armada” y que “está conformando una estructura técnico-logística que tendrá como labor completar el sellado del armamento”. Es probable que la mayoría de la sociedad, que disfruta ya de sus vacaciones o está a punto de hacerlo, crea efectivamente lo que dice ETA. Pero más por indiferencia, desidia o hartazgo que porque, a estas alturas, le importen los pronunciamientos de una banda que selló su defunción como asunto de máximo interés público el día que certificó que ya no iba a matar más. A partir de ahí, todo trata de desplegar un ritual ventajista, cada día más patético y banal. Porque nadie le teme ya: quienes tuvieron el coraje cívico de resistir su amenaza no van a dejarse impresionar ahora por el engolado lenguaje de lo que queda de la organización, que intenta hacer compatible la ampulosidad del trajín con sus “estructuras” con la caja de cartón en la que supuestamente guardaba las armas que exhibió en febrero ante el grupo de mediación internacional de Ram Manikkalingam; y quienes pudieron seguir viviendo con normalidad pese al ruido de las balas, las bombas y las coacciones no sienten ninguna inquietud por lo que les ocurra a la treintena de activistas que vagan por Francia sin capacidad ya para moverse con soltura en su forzosa clandestinidad. Y que, presumiblemente, se asomarían a una pronta detención si optan por llevar su delirio más allá de lo tolerable.

2.- ETA da a entender en su alambicada redacción no solo que no piensa disolverse, sino que aspira a reconvertirse en una suerte de ‘organización política civil’ que tutele eso que ella misma denomina como “la transición” entre “dos ciclos”: “(…) el modelo estatal basado en la negación, la partición y la represión –agotado, pero aún sin cerrar- y el escenario democrático que tendrá como base el respeto a la voluntad de Euskal Herria”. El hecho de que ETA mantenga esa arraigada voluntad de interferir en decisiones que corresponden exclusivamente a los ciudadanos y sus legítimos representantes políticos, perpetuándose no se sabe en qué, demuestra la burbuja de irrealidad en que encuentra sumida. Y que solo se agudiza con el paso del tiempo, en esta Euskadi para la que la paz era y es, fundamentalmente, esto: la ausencia de la violencia y la amenaza etarras. Aunque a quienes más debería preocupar los propósitos de esta ETA con respiración asistida e ínfulas de ‘agente político’ es a la izquierda abertzale institucionalizada, que se resiste a sepultar la herencia de la ‘vanguardia armada’ y coger las riendas del futuro de su medio millar de presos.

3.- El repentino desmarque del lehendakari Urkullu de la nueva visita de Jonathan Powell y Martin McGuinness y el descarnado cruce de acusaciones entre el PNV y Sortu de la última semana han desvelado la existencia de contactos y “compromisos” –que el Gobierno Vasco da por hechos y la izquierda abertzale niega- de los que en apariencia no estaban al corriente ni el resto de partidos, ni el grueso de la opinión pública. El vaivén que protagoniza  ETA para no hacer lo que la mayoría del país le exige –que se disuelva sin condiciones- demuestra que sirve de poco enredarse en estrategias y planes que la organización acaba manejando  a conveniencia y con la única intención de rentabilizar su obligada desaparición. Cabe preguntarse si el redactor de los comunicados no andará por aquí cerca, toda vez que el de anoche tuvo todas las trazas de ser una respuesta a los inesperados reproches del lehendakari difundidos apenas unas horas antes. Como cabe preguntarse, una vez que el grupo de Aiete ha sido ‘quemado’ por la renuencia de ETA y Sortu a hacer los deberes, si resultan operativas las gestiones encomendadas en paralelo a Manikkalingam y los suyos. Y como cabe preguntarse, en definitiva, si no ha llegado el momento de pasar de una ‘paz de confesionario’, rodeada de secretismos y medias palabras, a una ‘paz laica’ asentada en la transparencia de los debates públicos en el Parlamento y el resto de instituciones vascas y en la legitimidad del veredicto de las urnas.

 

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