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Lourdes Pérez

La mirada

Pulso de ruptura

El estado de la cuestión catalana parece bascular a estas horas entre el ansioso ‘venga, que pase ya’ de los defensores de la consulta y el resignado ‘ya pasará’ de los que se oponen a su celebración. En consecuencia, la sensación que lleva instalada desde hace semanas en el ambiente político viene a resumirse en la tesis de que después del 9-N vendrá el 10-N, cuando presumiblemente empezará otro ‘proceso’ aunque nadie se atreva a definir ni en qué consistirá, ni cómo va a interferir en las hoy vacías relaciones entre la Generalitat y el Gobierno de Rajoy el presumible adelanto de las elecciones autonómicas. Así las cosas, los dirigentes del soberanismo, cada uno con sus matices, confían en que sean los voluntarios los que hagan la ola imparable y poder bordear de este modo las consecuencias personales más espinosas de promover la pseudoconsulta -el Constitucional la ha paralizado evitando conminar a nada a Artur Mas, que convoca pero sin que en realidad parezca que convoca y sin mancharse las manos firmando un nuevo decreto que sería más comprometedor que el ya suspendido-. Por su parte, los contrarios al 9-N, cada uno también con lo suyo, aguardan a que pase el Domingo de Gloria y minimizar en lo posible su impacto más polarizador sobre un electorado ya muy recalentado y a la espera de la irrupción de Podemos. Pero ocurra lo que ocurra el 9-N, el pulso escenificado no es inocuo, ni seguramente reversible de manera inmediata en sus efectos más nocivos. Porque aunque el 10-N pueda arrancar otra película, ese pulso no corre a favor de una futura convivencia renovada, sino hacia una ruptura cada vez más difícil de suturar porque es sentimental, visceral. Y porque no tiene que ver solo ya con lo que piensan y sienten los catalanes, sino también con la animadversión que suscita el argumento recurrente del agravio -resumido en el ‘España nos roba’- fuera de Cataluña y entre los catalanes que también quieren preservar su identidad española. El pulso por el 9-N va dejando inquietantes jirones en el camino. Entre ellos, que el soberanismo haya identificado como bien superior la unidad en torno a la consulta, sea ésta como sea, sin reparar en lo devaluada que queda. Por la estética de las urnas de cartón y porque ya no tenga quien la firme en un decreto. Y porque sus preparativos han evidenciado un notable desprecio hacia las garantías legales, sin censo homologable y con vocación de que el domingo solo salgan a la calle a expresar su voluntad los soberanistas convencidos.

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