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Belén Casado Mendiluce

La psicóloga en casa

Cuentos de Verano. Virginia y el niño

 

Virginia se encontraba de vacaciones. Por fin podía alejarse del tedioso trabajo diario y dedicar tiempo a lo que más le gustaba: pasear por la playa y leer.

Así que todos los días se deja preparada la comida por la mañana, se enfunda el pareo –eso le gusta, no tener que salir vestida a la calle más que con una simple tela alrededor del cuerpo- se coge su libro y se marcha a la playa más cercana.

Disfruta de la soledad de la lectura aunque, de vez en cuando, echa de menos poder compartir con alguien los sentimientos que le surgen mientras lee.

Sentada en su silla, mientras está leyendo se le acerca un niño que se pone a jugar cerca de ella con una pala y un rastrillo. ¡Vaya, tengo compañía!, se dice Virginia, y deja por un momento el libro que tiene entre sus manos para dedicarse a contemplar absorta el juego del niño.

El niño, entonces, levanta la mirada, le sonríe abiertamente y Virginia no puede por menos que devolverle la sonrisa. Al cabo de un rato, el niño alza su pala y se la ofrece a ella, diciéndole, ¿juegas conmigo?. Virginia se levanta sin pensárselo dos veces y se arrodilla cerca de él para remover la arena con la pequeña pala del niño.

Juntos juegan a enterrarse bajo la arena. Primero ella al niño y luego él a Virginia. ¡Qué delicia reírse mutuamente con algo tan sencillo como el ver asomarse los dedos de los pies enterrados en la arena! No hablan mucho, porque no hay necesidad pero, sin embargo, comparten el simple disfrute del juego.

Cuando le tocó al niño enterrarle bajo la arena a Virginia, ésta experimento una extraña sensación. Estaba quieta, por primera vez en manos de un niño, que hacía con ella lo que él quería: le echaba más y más arena sobre el cuerpo, se sentaba encima de ella, e incluso, una vez cubierta de arena, se tumbó encima de ella cuan largo era a descansar.

¡Qué silencios tan llenos de sentido! ¡Qué momentos tan plenos de significado! Virginia se sentía unida a ese niño más allá de las palabras, sentía que se comunicaba con él por el tacto, las risas y las sonrisas; no hacía falta nada más, en verdad.

Qué regalo estoy teniendo hoy, pensó Virginia, y se sintió agradecida hacia la vida y hacia el niño por su maravillosa sencillez. No quiero perder nunca la capacidad de disfrutar con estos momentos tan inesperados, pensó, y cuando vino la madre para llevarse al niño, Virginia y él se fundieron en un hermoso abrazo de despedida.

 

Autora: Belén Casado Mendiluce

Caminamos…Belén Casado Mendiluce

belencasadomendiluce@gmail.com

www.psicologiapersonalizante.com

 

 

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Sobre el autor

Soy Licenciada en Psicología y desarrollo mi trabajo en una consulta privada. Mi vocación desde joven ha sido la psicología, y a través de ella he buscado comprender a los demás y a mí misma. Desde ese trabajo interior, intento que lo que transmito sea un reflejo de aquello en lo que creo y que me sirve a mi. Me siento siempre en búsqueda, abierta a aprender de todo aquello que me haga crecer como persona. Y creo que lo que se vive como vocación no es sólo patrimonio mío sino que puede servir a los demás.


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