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@TabernaMou

La Taberna de Mou

La incultura deportiva

Da verdadero pavor encontrarse cada mañana en el quiosco con las portadas de los principales diarios deportivos. Dos vidas paralelas que raramente se cruzan. Por un lado, las grandes noticias y proezas del ser humano, que en su mayoría parecen carecer de entidad suficiente como para ocupar un lugar de privilegio en las primeras páginas. Por otro, las estupideces mundanas, los debates prolongados hasta el infinito y mucho más y los endiosamientos artificiales de determinados jugadores, a los que se engorda el currículum hasta el hastío. Estos últimos son los habituales ganadores del premio gordo de la portada.

Es un fenómeno propio de países con una cultura en general y deportiva en particular muy limitada. Este fin de semana, sin ir más lejos, hemos asistido a un hecho singular y fantástico de cómo el ser humano va rompiendo poco a poco las barreras de sus límites, provocando el asombro y casi la incredulidad. Un atleta, el keniano Kimetto, se convirtió en el primer deportista en bajar de las 2 horas y 3 minutos en el Maratón de Berlín, provocando la gran pregunta: ¿dónde se encuentran los límites del deporte? En nuestro país esta es una noticia menor y, en el caso de aparecer, hay que usar una lupa para encontrarla.

También el triunfo europeo en la Ryder Cup ha merecido la misma -mala- suerte y eso que entre los artífices del triunfo se encuentra un deportista español. Nada. Y eso que estamos en un país que cuenta con uno de los porcentajes más altos de campos de golf por habitante, fruto de la época dorada en la que éramos ricos y vivíamos por encima de nuestras posibilidades. Como si no existiera la noticia. A cambio, un día más el agraciado con la portada es…el de siempre: Cristiano, sus récords de otra época, sus números de leyenda y su trayectoria de otro planeta. Eso en Madrid, donde hay cuatro equipos que juegan en Primera División, aunque da la impresión de que solo hay uno. Mientras, en Barcelona, la vuelta del mejor Messi es la réplica catalana a este perverso culto a la personalidad más propio de Corea del Norte que de la prensa deportiva.

No siempre la culpa de este dislate es del periodismo, que siempre ha utilizado la excusa de que ‘esto es lo que al público interesa‘ para perpetrar estos atentados contra la deportiva. También el aficionado de a pie es cómplice consumiendo este tipo de productos, no solo en prensa, que el panorama en radio y, especialmente en televisión, es igual de desolador. Quizá sea el signo de los nuevos tiempos en los que necesitamos ídolos y referencias a los que admirar y comprar su camiseta, al tiempo que esperamos a que suban a la cumbre más alta para inmediatamente después despeñarles y hacer sangre con ellos, pasatiempo nacional por excelencia, como ha podido comprobar el Cholo Simeone en las últimas dos semanas, cuando comprobó que el público que hoy corea tu nombre, tarde siete días en pitarte cuando no está conforme con un cambio. Somos así, para lo bueno y para lo malo y mucho nos tememos que no nos van a cambiar.

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