Me lo dice mi doctora. ‘Tengo una paciente que sufre en silencio el regreso de su marido jubilado a casa. La mujer no ha trabajado fuera del hogar y reinaba hasta ahora en solitario en el tiempo matinal de las tareas domésticas. ”Echo de menos el silencio’, le dice a la doctora.
Está claro que no sólo los adolescentes necesitan su espacio propio.
Ante mí se desplegaba uno gigantesco. En el avión de Aer Arann busqué en mi guía -me esperaba recién comprada en la Casa de Cultura Lugaritz, buen presagio- las páginas dedicadas a las islas del mismo nombre. Paisajes desérticos, ricos en cultura y lengua celta, espacio mítico asomado a la inmendidad del Atlántico, uno tiene la sensación de tocar esa tierra por primera vez en la historia de la civilización… ¡Ay!
Al día siguiente de mi llegada a Galway me esperaba la excursión a las islas Arán.
Pero todo cambia. Nunca te bañarás en el mismo río, ya sabes. Descubrí que sus habitantes, perdidos en la inmensidad del océano, habían espabilado. Turistas mandan.