Hubiera podido haber sido una tarde Woody. Todo apuntaba a una feliz resolución del domingo. El día había aparecido completamente despejado. Pero había un objetivo. Los payasos actuaban en el Kursaal y, padres responsables, tocaba complacer al pequeño de la familia. La jornada se resolvió extrañamente por la tarde. Era una jornada de paseo, con esa claridad que recuerda a las ciudades del sur. Lugares donde nadie tiene nada mejor que hacer que permanecer en los jardines. Comer pipas apoyado en un muro o vagar delante de la puerta de una ciudad amurallada. Yo hubiera preferido rendir culto a la versión original subtitulada en los Antiguo Berri. Perderme por un tiempo en los problemas neoyorkinos. En una casa decorada de blanco y con una copa de vino en la mano, la vida parece un veraneo.
Pero no pudo ser. Ya es de noche. El cielo se ha cubierto de nubes. Y la realidad llama a la puerta. ¿Quién teme a los domingos?