No conseguí que aquel profesor de Mecánica me lo explicara bien. Investigaban para producir un coche más ligero, con mayor capacidad de ‘disipar’ energía, me dijo.
-¿Disipar?, le pregunté.
-Sí, la energía, ni se crea ni se destruye. Sólo se transforma. En el golpe, cuanto más se deforma el coche, más energía disipa. Al ocupante acumula menos en el impacto y la seguridad es mayor.
‘Disipar’, veamos. Esparcir y desvanecer. Evaporarse. Desvanecerse.
Empezaba a comprender lo de Edimburgo. Había acumulado, pena, rabia y arrepentimiento. ‘¿Por qué no entraría aquel día a esa tienda?’. Una vieja sensación que decidí explorar. Y al mirar lo que me pasaba, el sufrimiento me pareció más llevadero. Acepté con resignación a mi viejo acompañante y empezamos a callejear. No buscaba nada. Pero sabía, extrañamente, qué calles debía elegir. Sin opción. Mi deambular me condujo a una tienda con unas ofertas interesantes. Entré. Había dos dependientes. Una se mostró amable y sonriente. La otra me miró con cara de asco. Tuve que admitirlo.