Fue en un supermercado ante una gran variedad de mermeladas Hero. Ni
siquiera eran confituras de la Bonne Maman, algo más glamurosas por
aquel entonces. Sentí la necesidad de tener un lugar donde almacenar
todos aquellos botes. El síndrome del nido. Yo era una universitaria
despistada que no pensaba en tener una familia. Aquellas mermeladas me
transformaron en una versión fugaz de Susanita.
Años después otro producto coló un nuevo mensaje. Suelo pasar buenos
ratos comprando naranjas en un Todo Todo cercano a la paraeducativa de
mi niño. El caso es que aquel día decidí romper la rutina con un zumo
Granini. Me incliné por la fórmula de zanahoria con naranja, que luego
amplié a la de multifrutas e incluso a la más arriesgada de tomate.
Aquellos zumos se convirtieron en mi mejor aliado los sábados por la
mañana cuando escapaba de casa antes de las 9 evitando el ruido del
exprimidor. Acudía a un curso en el que volvía a sentirme universitaria
pero con experiencia acumulada. Qué feliz conducía por la Concha vacía
de coches. Pero el curso se ha acabado y yo sigo en el supermercado.
Hoy he comprado naranjas pero al pasar por los Granini no he podido
resistirme.
Además mi hija me los había reclamado.