Acudí a cambiar unas zapatillas de mi hijo a una tienda del centro de
Donostia. Sobraban mis explicaciones porque un cartel enfrente de la
caja indicaba que se admitían devoluciones. Yo reparé desde un
principio en que la dependienta estaba de mal humor y que me atendía como si
yo fuera una amenaza. Esperé pacientemente el modelo solicitado porque el establecimiento está en rebajas y hay que atenerse a lo que queda.

-No hay nada. En ninguno de los dos colores.

Estábamos ella y yo solas en la tienda. Decidí ganar tiempo. Como si el enfado no existiera. Opté por no recibir lo abrupto de su expresión, aquella falta de puentes.

Miré las zapatillas.

-Me habían dicho que tenían  el número. Debió ser un error.

Mi tono era neutro y tranquilo. Ni siquiera conciliador.

-En el ordenador aparece que queda un par en la otra tienda. Si quieres llamo para confirmar y te lo pido.

Y ahí estaban los zapatos que buscaba.