Había escuchado a alguien decir que en muchas casas se come cordero el Día del Padre. Aquella información no iba conmigo. Los fines de semana compro pescado para equilibrar los menús de la jangela. Pero ahí estaba yo aquel sábado, en el mostrador de la carnicería del BM, mirando los corderos alineados en el frescor de la vitrina. Me interesé por uno de ellos. ‘Puedes llevar un cuarto’, me dijo la carnicera. ‘El delantero es el más jugoso’. Y me llevé mi parte del rosado animalillo.

El sábado salió lluvioso. Un buen día para poner el horno. Pero nadie parecía tener apetito en la familia.  Así que decidí envolver en Albal aquella dicha futura  a la espera de una ocasión a la altura de las circunstancias. Como celebración propia me dediqué a leer el suplemento de El Mundo sobre los padres. Hablaban hijos -todo un trago para algunos- y hablaban padres. ‘Del Martini al meconio’, titulaba uno de ellos su artículo. Aunque suena a río de Indochina, quien ha asistido a clases de preparación al parto sabe de lo que se habla.

Ahora sólo espero un momento adecuado para preparar mi cordero al horno. La Pascua me pilla un poco lejos. Quizás lo adelante al Domingo de Ramos. Hosanna hey. Buena ocasión.