Nunca he estado en Milán y sé que es una asignatura pendiente. Los tíos más guapos y elegantes, las mujeres más estilosas, las grandes firmas de la moda. Nunca he estado en Milán pero la ciudad me ha acompañado siempre. También en el parvulario, con aquella canción:
-Junto a tí al caer de la tarde. Y cansados de nuestra labor. Te ofrecemos con todos los hombres. El trabajo, el descanso, el amor.
Habíamos entonado la melodía que anunciaba la hora de salida, la madre Inés se ajustaba la toca y corro por la cuesta del colegio para abrazar a mi madre. El estuche, en la maleta.
Los meses de septiembre fueron consolidando mi amor por la villa lombarda. En ‘La Información’, la dependienta medía los forros de los libros, como el paje real prueba los zapatos hasta encontrar el mejor ajuste. Y en una caja de cartón duro, cuadrada como ella, la ciudad, al fondo.
Hoy he abierto el cajón de mi escritorio y ahí estaba. Mi ‘Milán 430’. Blanca. Ay, su perfume.
Y sólo es una goma de borrar.