Dicen los expertos que todo lo que nos pasa tiene un sentido. Que lo que nos ocurre lo han puesto en bandeja para nosotros, aunque nos duela. Y que para cada ocasión hay una respuesta excelente y única, aunque cueste verla. Pues bien. Han tenido que pasar los años para que yo saboree el arte de lucir bikini.
Todo empezó en los veranos familiares cuando mi hermanas se marchaban a la playa y yo me quedaba en casa resolviendo asuntos urgentes. Papeleos que nunca acababan, botones que había que coser, diarios que tal vez me sacarían de mi estado de melancolía . Escribió Antonio Tabucchi que Pereira, ese gran personaje, tenía nostalgia del arrepentimiento. Yo, como mucho, tenía nostalgia de la necesidad de estar sola.
Pasaban los días y mis hermanas lucían un bronceado favorecedor que les estimulaba, seguro, hacia la acción justa. Hay más probabilidades de encontrarla cuando uno está contento. Expertos, again.
Han pasado los años y de vez en cuando vuelven a devorar mi ánimo los asuntos urgentes. Pero reacciono a tiempo. Miro la tabla de mareas. Y sonrío. Claro. Tenía que ser así. La bajamar me estaba esperando.