Mirénme. Ahí estoy en la cocina de casa observando nubes. Pero la contemplación dura poco: somos una especie materialista. ‘Qué tiempo tan feliz’, tarareaba con mi nuevo pantaloncito de Oysho, que me ayuda a reciclar camisetas. Tiempos aquellos en que tenías que comprarte un pijama de dos piezas con ovejitas con el que no podías bajar al buzón a por el periódico. Y hoy, ropa de casa como de blog de moda neoyorkino. Oysho ha sido la verdadera revolución, que no Zara. Las cosas ya no son inamovibles. Los pijamas pasaron a la historia. Vivan los pantaloncitos sexys.
Hay que moverse. Quién iba a decirme que en el fútbol iba a encontrar las lecciones de filosofía a las que soy aficionada. La humillación de Argentina. La audacia y el atrevimiento de los jóvenes alemanes. El miedo o la serenidad de quien dispara un penalti. El comentarista forofo al que nunca deberíamos parecernos. Los jugadores que disfrutan sin presión. Ay, chica, el fútbol como la vida. Ya estoy pensando en la ‘Mahou’ y los manises de mañana.