Estaba en mi rato de sofá un miércoles por la tarde pensando en qué invertir la tarde con mi niño cuando leí la crítica de Begoña del Teso sobre ‘Nothing personal’. ‘Nada es lo que parece en esta película y la vida trae siempre sorpresas’, escribía más o menos la periodista y vecina bloguera. Y se hablaba de los paisajes de Connemara y de Galway, escenarios nubosos y abruptos de Irlanda. El Trueba bien merecía una escapada. Y en versión original: una sesión de ‘listening’ incorporada al precio de la entrada. Luché contra el reloj, -había que hacer una parada en casa de la abuela-. Y llegué. Entrada considerable. Público rendido a la audacia de una chica al estilo de la protagonista de ‘El rayo verde’ de Rohmer, pero en una situación aún más extrema. Y un granjero comprensivo y sabio. Ambos en una relación ‘sin nombres’, como en el ‘Último tango en París’, pero en versión irlandesa.

Transcurre la película en la que parece no ocurrir gran cosa. Pero así es la vida. Como un partido de fútbol en el que nadie mete gol, aunque al final sólo es uno el que gana. Chica, qué cara es a veces la libertad.