En esta vida de retiro hogareño que llevo, de vez en cuando he sentido punzadas para recuperar algo de la chica que fui. ‘Pisa el acelerador’, ya sabes. Y entonces me ha visto lejos de la mortadela y el platanito de las meriendas infantiles, compartiendo una cerveza nocturna con una amiga de la infancia (y el resto de la vida).
Una de estas ocasiones fue especial.
-Te invito a un Negroni -dijo mi amiga M., reina de la vitalidad.
No sé que tiene ese nombre de este cóctel pero evoca reminiscencias de tiempos pasados y locales cerrados que se llevaron su ambiente. El Negresco, el hotel colonial Das Catarats o el salacot de Agatha Christie cuando acompañaba a su marido a una expedición. Cosas así, yo ya me entiendo. Estábamos acodadas en la barra de La Espiga cuando se trasladó a la calle Urbieta por obras y ella pronunció el conjuro:
-Dos Negronis.
Y salieron. En copas de balón.
Buf.