Pensaba escribir sobre los recuerdos de tiempos pasados. La monja que depositó caramelos en mi mesa por cantar con los ojos cerrados ‘Junto a tí al caer de la tarde’. La niña que corrió junto a su madre a enseñar el premio. La tortilla de patatas que trajo Susana a aquella acampada montañera. La foto de mi amiga Maite con una botella de MG, preludio del botellón de nuestros hijos adolescentes. El primer día de clase en Madrid, con 300 estudaintes o así en la Facultad. Los ojos de gata de mi niña cuando recibió la primera leche materna. Las calles de Nueva York. En fin, ya sabes. Pero no voy a hacerlo.
Yo quería celebrar mi cumpleaños y pasar la página del peso de la edad. Pero no vale. El teléfono suena y demuestra que en un cumpleaños siempre hay sorpresas. Y yo que siempre había temido uno en el que no llamara nadie, ya sabes.
No es momento de hacer repasos y balances. El camino espera. Getaria en buena compañía. ¿Qué más se puede pedir? Hay vida a partir de los 50.