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Amaia Michelena

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¡Me voy pal pueblo! (parte II)

Para que luego vengan los franceses a darnos lecciones de buen gusto montando mercadillos de brocante. ¡ja, estos no han pasado por mon petit palais!

Las vacaciones de verano siempre dan para mucho. Me encanta la sensación de quitarte el reloj y hacer las cosas como los animalitos. Qué tienes hambre, pues comes, que tienes sed, bebes, que tienes sueño, te tumbas, qué te pica la oreja, pues te rascas. Y siguiendo esta, mi filosofía, y aprovechando las horas de sol, para quedarme en casa tranquila (explico cómo actuar ante olas de calor en el post de ayer), me ha dado por revolver armarios y juntar unas cuantas cosas para mostraros “la clase” que guardan  estas casas solariegas de cuando Franco era trompetilla.

Comenzamos con una de literatura de la época, ¡a ver cómo os quedáis! He encontrado estas dos maravillas junto a alguna novela de Agatha Christie y varios tomos de Pio Baroja. También hay un par de enciclopedias gigantes de agotes ilustres y vascos, que no merece la pena fotografiar pero si ojear. Los que habría que leer sí o sí son estos dos libros de cocina y hogar. Reflejan tonterías como camiones de grandes, pero supongo que hace muchos años era costumbre tenerlas por escrito y a la vista, en toda casa de bien.

Seguimos con una de tapetes, ¡por qué, por qué, por qué! Vale que antiguamente las mujeres eran estupendas costureras, y les encantaba tejer, hacer bodoques y remendar calcetines. Pero esta afición por el ganchillo… ¿de verdad era necesaria? No toco nada, por si acaso, que lo mismo estos trapitos tienen su función y me estoy metiendo donde no me llaman. Pero para muestra un botón.

Yo soy muy de animales, tanto vivos, como en modo broche, bandeja o estampados en un jersey de invierno. Pero por lo que veo, ¡de casta le viene al galgo! Voy por partes y os explico. El primero es un “pato-joyero” que ya enseñé hace unos días en facebook. ¡No me pude contener! En la serie “Sex and the City”, a la protagonista le regala su novio un “pato-bolso” para que lo lleve a  fiestas de alto copetín en Nueva York. A ella le parece espantoso, pero por lo visto es lo que se lleva, así que estamos de suerte, amigos, y el “pato-joyero” de mi abuela es lo más. ¡Y eso que no he indagado en su origen! Primos, ¡me lo pido!

Tenemos en segundo lugar un ágila que si no es de “Lladró”, lo parece. La hubiese escondido en el minuto dos al llegar, porque para más inri está en mi habitación, pero es sin duda la joya de la corona, así qué, para gustos los colores y respeto para todos.

También podemos encontrar un zorrito sobre un hierbín, Es entrañable. Lo que no sé, es que hace con la pata delantera levantada en plan perro de caza. Tampoco he investigado, pero lo mismo está al acecho y va a comerse una pobre paloma. En fin, quiero pensar que estos animales son coquetos y lo han esculpido posando en el bosque. (No comment, lo sé, nuevamente, ¡zorro sobre tapete!)

 No podía cerrar el post sin enseñaros el buen carma que nos rodea en cada una de las habitaciones. En casa no somos de rezar el rosario cada día, ni de madrugar al son de las campanas para ir a misa. Pero supongo que a mi abuela, que aunque moderna, tiene sus años ya, le seguirá haciendo ilusión que todos nos casemos por la iglesia. Y de la misma manera, se sentirá más “arropada” si estas vírgenes nos vigilan por la noche. Yo estaba dispuesta a retirarlas también, pero viendo la marca de la pared al quitarlas, ¡no se si es peor el remedio que la enfermedad!

¡Y por último añado un “varios” de curiosidades, qué espero, os gusten tanto como a mí!

 

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Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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