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Amaia Michelena

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No sin mi marianito

“Después de un montón de días sin parar, por fin tengo uno libre”. Pensé el domingo pasado, visualizando mi cama revuelta, y las ganas infinitas de levantarme con la luz del sol colándose por las ventanas, sin despertador. Por lo visto el “verdadero invierno” está a punto de llegar, y todo el mundo estaba dispuesto a aprovechar el fin de semana, a tope, ¡y al aire libre!

Yo, que soy una todo terreno, que se apunta a sidrerías, bailoteos, y planes diversos y variados a la luz del día, y al aire libre, no lo dudé cuando me llamó mi amiga “X” (llamemósle así,  ya que es una reputada veterinaria con muchos rizos, y, desde aquí, queremos preservar su intimidad).

Eso sí, “a mi aire” le contesté. Mi intención era remolonear entre las sábanas, y no estaba dispuesta a saltar de la cama a las seis de la mañana,  para ver amanecer en la cima del Gorbea. ” No, si hemos quedado a las once”, respondió “X”, alegremente.

No es horario de Edurne Pasaban, está claro, pero oye, ¡menos da una piedra, y la actitud es lo que cuenta! Llegado el día “de”, amanecí sin el móvil pitando, como había planeado, rescaté las botas de monte del altillo (primer y casi único esfuerzo del día), desayuné, y bajé a que “X” e “Y” (su novio), me vinieran a buscar.

¡Ahora os resumo, y en tan solo un par de líneas, lo que fue nuestro agradable día en la montaña! Casi a las 12.00 a.m. nos encontramos todos los miembros de la expedición de “Al filo de lo imposible” en el parking del “Hospital Comarcal de Irún”. Tras cruzar la carretera general, con cinco perros,  y una hora (como mucho) cuesta arriba, llegamos a Guadalupe. Nos atizamos setenta “marianitos”, cervezas, croquetas, chistorra, patxarán, y unos cuantos bocadillos. Descansamos, hablamos, hicimos planes para, en cuanto se pueda, seguir con esta buena costumbre de la “alta montaña” y travesía, y bajamos.

Lo que no os pienso contar,  es lo que tardamos en llegar al coche. Sólo diré, que un poco más que al subir, pero mereció la pena. Además de apreciar la flora del lugar, vimos burros muy de cerca, caballos, ¡y hasta tocamos un rebaño de cabras! Y aprendimos,  que al igual que las ovejas, no muerden, porque únicamente tienen dientes en la parte inferior de su mandíbula.

Para que luego digan que los jóvenes donostiarras, no hacen planes durante el día, más que en “regatas” y Santo Tomás. ¡Eso sí, respetando la hora del vermut!

 

Grupo de jóvenes de domingueo

Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

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