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Amaia Michelena

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“Ante la duda, tú siempre, hazte la tonta”

Esta era mi filosofía secreta, que una vez me atreví a confesar en público. Fue delante de mis primas, y la hija de “La Pepita”, la que me regaló el cambiador en verano,  me confesó, que es su actitud ante la vida, y que además es una costumbre heredada de madres a hijas en la familia.

Pues bien, esto que os voy a contar, le pasó hace relativamente poco,  a la amiga de una amiga, en una ciudad que tampoco os voy a decir cual es, para no levantar sospechas. Como es mujer, simpática, lista y guapa, no le pasó nada de nada, pero podía estar aún en el calabozo con cara de pocos amigos, esperando una lima para rascar los barrotes y escapar, de no haber sido así.

Resulta, que la amiga de esta amiga mía, salía hecha un pincel de su casa hace unos días, pensando dónde había aparcado su coche. Se había alisado el pelo, y estrenaba su mejor abrigo en mucho tiempo. Bolso de abuela renovado, collares a tutiplén y unos stilettos de las rebajas, que le subían más allá de las nubes.

Trotando más que corriendo, y con su inseparable perro pegado a los tacones, encontró su pequeño utilitario, en la misma cuesta de siempre. Bártulos al maletero, mascota de copiloto, arrancar a toda velocidad. Esa fue la tónica de la mañana, la misma de cada día.

Por no perder tiempo, decidió hacer una maniobra en redondo. “Nadie va a enterarse”, pensó, ” Y así, adelanto cinco minutos, que a estas horas,  no le sobran a nadie. En cuanto se despejó la carretera, intermitente de al izquierda, tres ágiles volantazos y listo.”

Todo pintaba bien, excepto por una pequeña cadena de acontecimientos. A los diez segundos de arrancar, y la segunda vez que pisó el embrague para meter la marcha atrás, uno de los stilettos, se quedó atascado, no se sabe dónde, ni a que altura. La marcha no entraba, y aquel pedal era un desobediente total y absoluto. Las bocinas ,de los coches en caravana, en ambos carriles,  se oían por toda la ciudad, y la despreocupada señorita, empezaba a ponerse “un pelín” nerviosa.

Ni corta ni perezosa, salió del coche, que para entonces, estaba atravesado en mitad de la carretera, sin dejar subir, ni bajar a nadie, por aquel camino. Ató a su perro, en una farola que vio en la acera, se quitó los zapatones, y volvió al coche, a intentar deshacer el entuerto. ¡Imposible! Los pies llenos de crema y el sudor, por los nervios, hicieron que el embrague, se resbalase más aún, ¡al tiempo que ella sudaba hasta del flequillo!

Según me cuenta, el reloj seguía haciendo su función, y la broma, ya era cosa de un par de minutos. Pidió ayuda a un amable ciclista, achacando que tal vez “el coche se había estropeado, de repente”, y se dispuso a mirar desde la acera, descalza, junto a la farola en la que había atado a su perro.

Acto seguido, y no sabe si avisada por algún inquieto conductor, o casualmente, paró una patrulla de la policía, que ayudó a la joven a sacar el coche. Un funcionario lo puso en la dirección correcta, a la primera, y otro dirigió, como pudo, el tráfico a la vieja usanza. Un circo. “X”, se libró de la multa por hacer una mala maniobra, se libró de otra segunda, por llevar al perro de copiloto, ¡y se libró de una tercera, por conducir con semejantes zapatos prohibidos!

 

 

 

Aventuras y desventuras de una zanahoria postadolescente

Sobre el autor


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