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¿NAVIDAD DE AMOR Y DE PAZ O DE… ?

Hay cosas que por su propia naturaleza no pueden coexistir juntas, mezcladas, diluidas unas con otras. La medianoche y el mediodía, el fuego y el agua, la garrapata y el insecticida, la guerra y la paz. Podía haber dicho la guerra y la Navidad, dado que la Navidad es ante todo y sobre todo, esencialmente es memoria y tiempo de amor y de paz. Se le van contagiando virus y vicios como el consumismo y la orgía báquica a punto de que la Navidad comienza a dejar de ser fiesta cristiana. Somos, sin embargo, bastantes todavía los que cantaremos “Noche de Paz” y recordaremos el anuncio del ángel: “Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

Para nosotros resulta extremadamente doloroso y triste celebrar y cantar la Navidad y a la misma hora ver cómo hay pueblos que se están matando o rechazando mutuamente o haciéndose la vida imposible unos a otros. Actualmente -cada vez más- los medios de comunicación con las tecnologías cada día más perfeccionadas, nos ponen a centímetros de los oídos, de los ojos, de la nariz, los gritos, la sangre, la tragedia y la muerte, sea en ciudades o cuasicadáveres de ciudades, más ruinas que otra cosa, de Alepo o de Mosul, las tragedias en las playas de Libia viendo a la gente, mujeres y niños en su mayoría, subir a las pateras de la muerte y adentrarse en las aguas del Mediterráneo, los campamentos de refugiados en la Europa del este, los lodazales helados que conducen a fronteras con verjas de púas de acero.

Hace cien años, finalizando la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano se venía abajo con la derrota de Alemania, y todos los pueblos del anterior Imperio Seléucida que ocupaban lo que conocemos como Asia Menor u Oriente Medio quedaban como las piezas de un rompecabezas que se ha roto y cuyas piezas se dispersan. Francia e Inglaterra se aprestaron a apadrinar o hacerse cargo de ellos. Trazaron rayas sobre un mapa, separaron pueblos y culturas, juntaron arbitrariamente culturas y pueblos y montaron un nuevo mapa, ese que vemos arder hoy. En gran parte Europa es responsable de lo que están sufriendo esas pobres gentes. Su ambición por hacerse dueños de los hidrocarburos que a un lado y otro de los ríos Tigris y Eufrates desde sus fuentes en Siria y en tierras de los kurdos hasta su desembocadura en el Golfo, las invasiones y guerras iniciadas sin justificación alguna, por mucho que en la Cumbre de las Azores Buch Jr con Tony Blair y Aznar trataran de convencer al mundo que era necesario invadir Irak y cortarle la cabeza a Sadam Husein, tenían que ser “contestados”. Y lo fueron. “Siembra vientos y recogerás tempestades”. Es el mismo incendio visto desde distintos ángulos, el último el de la guerra civil de Siria, cinco años de duración, cuatrocientos mil muertos, más de un millón de refugiados pidiendo asilo en Turquía, en Jordania, en Líbano, en Europa.

El Estado Islámico, por mucho que nos empeñemos en afirmar que es producto de desavenencias y confrontaciones dentro del Islam, que si sunitas y chiitas, es también resultado de los odios que Occidente fue sembrando allá. Europa tiembla hoy de miedo al terrorismo que vuelva a atacar en Francia, Inglaterra, Bélgica o Alemania. O también en España, que no sería la primera vez. Secuelas de este miedo al Islam son el rechazo a los refugiados, la “cultura del descarte”, el avances de ultraderechas con aires de nazismo, las dificultades mayores cada día para abrir las puertas de nuestras naciones y ciudades a los que huyen de la guerra y el hambre. Pero en el origen del odio morboso y sanguinario que destila cada uno de los yihadistas Europa estuvo presente, no lo olvidemos.

Por este lado del océano, el panorama no presenta en Venezuela, en Colombia o aquí mismo en Estados Unidos mucho mejores perspectivas. En Venezuela falta poco para que gobierno y oposición pasen de las palabras a las manos y conviertan el país en cárcel y campo de batalla, mientras el pueblo se muere de hambre y de asco. En Colombia nos encontramos con que un sector de la población y a su cabeza unos señores muy civilizados y muy cristianos se oponen a la paz acordada con las viejas guerrillas marxistas revolucionarias. ¿Tan difícil se nos hace creer que también ellos están cansados de tanta guerrilla inútil y prefieren la paz? Y aquí en Estados Unidos cunde el desasosiego. ¿Qué futuro nos espera con un hombre como Trump, cualquier cosa menos portador de paz, al frente de la relaciones internacionales?

A la vuelta de siete días nos encontraremos de lleno en la Noche Buena y la Navidad. Yo no me siento en disposición de celebrar algo que nosotros mismos vamos deshilachando, reduciendo a fiesta pagana, en la que los ecos de la Paz anunciada en Belén para todos los hombres de buena voluntad se van apagando. Hace unos minutos una persona muy allegada me decía que, impulsado en parte por lo que cree él que es el “espíritu de la Navidad”, piensa emprender en solitario un trabajo que espera redunde en atmósfera más limpia, en vida más limpia, para mucha gente. Yo a mi edad no puedo aportar nada así. Yo me comprometo a vivir esta próxima Navidad con el corazón y la mente en Alepo a ratos y a ratos subido a una patera que esté saliendo de una playa de Libia rumbo a Italia. O rumbo a la muerte.

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Sobre el autor

Exsacerdote, excapellán de condenados a muerte, exmisionero por tierras de América. Vivo retirado con mi familia en Atlanta, EE. UU. El retiro viene a ser para mí algo así como un observatorio y un taller de montaje de palabras.


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