I
María,
¿te has enterado?
Al mandamás de Roma le ha picado en la nariz una mosca,
quiere saber con cuántos súbditos esclavizados
cuenta su imperio romano,
tendremos, pues, que subir a Belén a empadronarnos.
¡Vaya con los caprichos tontos
de estos señores poderosos!
Esclavos nacimos tú y yo, José,
y esclavo nacerá
el hijo que llevo en mis entrañas,
¡todos los pobres nacemos esclavos!
Sólo Dios lo sabe, pero quizás sea de este nudo de esclavitudes y penas
que un día vaya a brotar la rosa de nuestra verdadera libertad.
Tranquilo, José,
subamos a Belén.
II
Llegados a Belén,
fueron de puerta en puerta,
¡un rinconcito por el amor de Dios!,
pero se les veía tan pobres y tan a punto de parir a ella…
Habían visto
un establo abandonado
cuando venían de camino.
Regresaron.
¡Ve, María,
la Señora Santa Pobreza nos ofrece su Palacio!,
y entraron.
La noche los arropó en su obscuridad y su frío.
José encendió un fueguito.
A la medianoche María dio a luz un niño.
Lo limpió y lo acercó a su pecho
a que mamara de su leche y dejara de sollozar.
Acercó su cara
a la carita de su hijo
y bajito bajito
cantaba una nana
al Ser más justo y más recto,
más sabio y más bueno
jamás nacido,
mientras todos los pobres de todos los tiempos de toda la tierra
eran invitados
a pasar y rendían pleitesía
a su Soberano.
III
María,
el ángel me ha dicho en sueños.
Toma a tu esposa y al Niño
y váyanse lejos
que aquí corren peligro.
Al rayar el alba del nuevo día,
con lo puesto y un hatillo,
dijeron adiós a Belén-Bagdad-Mosul-Alepo-El Salvador- Honduras-Mëxico
y se pusieron en camino.
Ya carecen de patria, son los desterrados.
Ya no tienen casa, son los refugiados.
Son los hijos del camino,
del campamento, del lodazal y el frío,
de las pateras,
de la verja metálica con púas de acero en la frontera,
del andar y andar sin brújula ni destino…
———
José, María y el Niño marchan de huida a Egipto…
Navidad,
estrella y esperanza en el camino.