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Lorea Bakero

Mi pase atrás

Una etapa, un partido

Antes de comenzar esta aventura, sabiendo que es una competición, están los nervios, las ganas de pisar el terreno de juego, la incertidumbre, ¿cómo será tu contrincante?, ¿cuál será su estrategia?, ¿cómo voy a reaccionar?, ¿hasta donde voy a ser capaz de llegar?, ¿cuál es mi límite?, ¿cuál será mi actitud ante ese límite?, ¿cómo será la convivencia con mis competidores?… En definitiva, tantas y tantas preguntas que solo se resolverán viviendo la realidad.

Está ese momento, cuando el árbitro pita y el balón empieza a rodar. Ahí empieza el juego. Con unas reglas que respetar y que seguir. Y con un objetivo claro, el balón tiene que entrar dentro de la portería. Que después de cada gol hay que pensar en el siguiente gol. Como bien me enseñó Julen Aguinagalde, “vivir de ganar títulos no te permite seguir mejorando.”

La idea es cada día empezar de cero. Siempre buscando aprender, disfrutar y por encima de todo, hacerlo desde el respeto. Consciente de que cuando lo das todo, cuando das lo mejor de ti, no hay más. La constancia y la fuerza mental serán claves para el día a día. Sobre todo, en los momentos duros. Es muy difícil ganar a alguien que nunca se rinde.

El primer coche que conseguimos se trataba de un birmano con un perfecto inglés que nos llevó directos a destino. Por ansia decidimos bajarnos del coche sin haber visto la bandera, lo que nos costaría una hora de correr debajo del sol. No obstante, lo que en ese momento parecía una desventaja se volvió un pase VIP para jugar y ganar la inmunidad. Al salir del Palacio Real de Mandalay encontramos a un individuo que nos pagaría un billete directo a meta. Aquello que dicen, estar en el sitio adecuado en el momento adecuado.

Llegar y ganar la primera inmunidad fue como llegar y besar el santo. Sin embargo, eso no fue ni de lejos, lo mejor de la primera etapa. La primera noche es la que recuerdo con más cariño. Tras firmar el libro rojo nos dispusimos a buscar un sitio para dormir. Enseguida encontramos una familia dispuesta a acogernos en su casa. Se trataba de un matrimonio con cinco hijos que dormían en una casa formada por una única habitación.

Increíble la manera en que nos acogieron, sin ningún tipo de prejuicio, solo amor. Nos enseñaron a rezar. Nos dieron de comer. Nos cedieron un trocito de suelo donde dormir. Pero lo mejor de todo, nos regalaron bondad, generosidad, darlo todo por nada, mucha ternura y por lo tanto, la primera gran lección. En este momento me di cuenta de que esta aventura iba a ser una lección de vida, una oportunidad para competir y aprender.

Por lo tanto: primera etapa, primer partido.

 

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Sobre el autor

Estudiante de Ciencias Políticas. Observadora del mundo y enamorada del deporte.


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