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Pastillas de menta

Los acoplados a la Familia Real

Aquella mañana de noviembre en la que Letizia cortó en seco a Felipe con un “déjame hablar a mí”, las palabras de la que poco después iba a convertirse en Princesa de Asturias y una década más tarde en Reina de España no fue lo único que desentonó en aquel salón del palacio del Pardo donde se selló el compromiso matrimonial del heredero de la Corona con la periodista asturiana. Y no es cuestión de clasismo, sino de clases. Los españolitos de a pie, la mayoría, como la familia que aquel otoño de 2003 salió del anonimato, no sabemos posar ante una nube de fotógrafos sin poner cara de no saber qué cara poner, ni sabemos sonreír sin artificio si quien está a tu derecha es el mismísimo Rey de España. O la Reina. O una de las infantas (Elena o Cristina) a las que has visto crecer y de las que sabes todo pero no sabrías ni de qué hablar sin tener la sensación de estar diciendo tonterías. Parece que ha quedado buena tarde, y punto. Pues bien, como la mayoría de los españolitos de a pie, entonces, como este miércoles, a los Ortiz-Rocasolano se les vio acoplados, que no integrados, en la foto en la que la princesa Leonor ocupaba lugar preferente tras recibir la Primera Comunión vestida con una sencilla falda gris, chaqueta azul marino y corbata; sí, corbata. Por vestimenta, la infanta Sofía borró a su hermana, la protagonista, de la instantánea, pero el factor sorpresa del atuendo de la Princesa de Asturias ya estaba amortizado. Hacía semanas que se conocía cómo iba a recibir el sacramento de la Comunión. Nada de largo, ni de blanco. Aun así, dijo estar feliz y nerviosa.

La Familia Real al completo, en primer término; al fondo, la familia de la reina Letizia. / Alberto Ferreras

La Familia Real al completo, en primer término; al fondo, la familia de la reina Letizia. / Alberto Ferreras

Nos guste o no, hoy como ayer, se vio que la Familia Real va por un lado y la familia real de la Reina, por otro. Y la foto que ilustra estas líneas, que lleva la firma y sello de Alberto Ferreras, da fe de ello. Paloma Rocasolano, preparada en primera línea, dispuesta a sumarse al cuadro, después de la invitación de Felipe VI y la mirada cómplice de la reina Sofía. Jesús Ortiz, cabeza inclinada, pareciendo preguntarse “¿voy o no voy? Claro que si voy, seguro que Ana (Togores, su segunda mujer, la madrastra de la reina Letizia, no nos olvidemos) no va a poder ir…”. Pero fue. Y si se fijan bien, entre Jesús y Paloma aparece Menchu Álvarez del Valle, la en otro tiempo locutora de radio, abuela paterna de la Reina de España y, sí, pendiente de juicio, al igual que sus dos hijos, el mencionado Jesús y la autoproclamada republicana Henar, por sendos delitos de insolvencia punible por alzameinto de bienes. Que este es otro buen cuadro.

Y ya todos juntos, majestades, altezas reales y don y doñas de andar por casa, sonrisa forzada unos, incluido el rey Juan Carlos, a quien se le vio bastante más cómodo en la corrida de toros de esa tarde en Las Ventas, y complaciente otros. Más de diez años después de la boda real volvían a posar juntas las dos familias. Y sí, ahora puede decirse que doña Letizia es el auténtico nexo de unión entre reyes y plebeyos, porque no desentona ni con unos ni con otros. Y que nadie interprete mal estas últimas palabras, que son un cumplido. Porque una reina, y eso lo aprendió con “el impagable ejemplo” de su suegra, nunca desentona. En la comunión de su primogénita no lo hizo. Y eso que se calzó los zapatos de Cenicienta que a algunos nos hizo temer que pudiera salir corriendo escaleras abajo.

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