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Ane Arruabarrena

Ladelponcho Verde´s… Daily Tales

“Yo soy la calle”

“Recuerdo cuando te conocí, hace meses, en aquella mesa de ahí enfrente. Desde ese momento me has enseñado tantas cosas… Recuerdo que hablabas de tu preocupación por la escritura. Decías que querías escribir un libro pero el bloqueo que sentías te impedía hacerlo. Atreverte. Siempre que pienso en la cocina -mi pasión, mi profesión-, me acuerdo de cómo tú enfrentaste tus miedos para escribir un libro.  Y a veces estoy en casa y lloro porque tú me has hecho pensar. Me encanta hablar contigo porque me haces sentir alguien importante. Tú me haces plantearme quién soy”.

No puedo expresar lo que significa para mí escuchar esas palabras, un jueves al anochecer, sentadas frente a un vaso de güiski y una copa de vino, de boca de D. Una de las mujeres más auténticas y más fascinantes que he conocido en Estados Unidos.

D. va por rachas. A veces aparece por el bar durante semanas seguidas y luego pasa más de un mes sin pasar por allí. Cuando tiene ganas de conversación es tu día de suerte porque te bombardea con ideas delirantes, historias imposibles e ingentes dosis de emoción. Pero también tiene ratos, o días, en los que se sienta junto a su cerveza y su vaso de güiski, se pone los cascos, se enciende un cigarrillo, cierra los ojos y sonríe balanceándose levemente al ritmo de la música. No existe el resto del mundo.

Un mundo que se lo ha puesto especialmente difícil. Con una familia que nunca le demostró amor y de la que huyó siendo todavía una niña. Viviendo sola en distintos países, en distintos estados, buscándose la vida. Como ella dice, D. es de la calle. O más bien, ELLA es la calle. Se percibe en su forma de hablar, en la manera en que camina, en su vestimenta “poco femenina”, en sus bellos ojos azules que transmiten una dulzura arrolladora pero que también dejan entrever una profunda tristeza.

A D. Le gusta estar “con los chicos”. Pero cuando la conversación se pone demasiado fanfarrona en el bar, o cuando a ella le da la gana, levanta la mano y grita: “¡Vagina!”, y se enciende otro cigarrillo. Bromeo con ella sobre su intensidad. Cuando va a conocer a la hermana de su novio, o cuando tiene una entrevista de trabajo, le pido que limite ese entusiasmo y esa pasión por lo menos durante los primeros cinco minutos. Porque sé que hay a quien puede asustarle.

Los abrazo de D. Son largos, larguísimos, y te aprieta tanto que parece que quiera traspasarte. ¿Pero cómo pedirle que regule la intensidad a una fuerza de la naturaleza como ella? A alguien que va al mercado y le dice a la señora que vende verduras, sin conocerla de nada, sin haber hablado nunca antes con ella, algo así como: “Creo que me gustas. Es posible que te quiera”. Así es ella. Sabe disparar armas, sabe cocinar huevos de innumerables maneras “porque ha sido de lo poco con lo que he podido subsistir en mi niñez”, le canta las cuarenta al padre de familia que le alquila una habitación en East Palo Alto cuando no le habla a su hija con respeto, trabaja como cocinera en más de un restaurante sin cobrar nada en algunos de ellos aunque no tenga un duro en su cuenta corriente (“porque son mi familia, ¿cómo no iba a hacerlo?”), y tiene una capacidad innata para inundar de sentimiento cada palabra que sale de su boca.

La primera vez que la vi, aquel día en aquella mesa que ella tan bien recuerda, le dije que quería escribir sobre ella. El jueves se lo dije otra vez y me reprochó que ya se lo había pedido antes y que nunca lo había hecho. Me excusé diciendo que no puedo condensar todo lo que veo en ella en un solo post. Ella se merece un libro entero. Pero por ahora quiero al menos presentárosla. Porque poca gente me inspira tanto. Y porque, aunque ella crea que yo lo enseño, no es así. Yo no sé más que ella. Solo sé que ambas hemos transitado por caminos oscuros y solo necesitamos un abrazo largo y fuerte, una mirada tierna, para poder cambiar nuestro rumbo.

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Historias, ideas, curiosidades y reflexiones de una donostiarra en la Bahía de San Francisco

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septiembre 2014
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