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Ainhoa Cilveti

El trampolín de tu vida

Tratar con los clientes

Esta semana he trabajado con un cliente que me ha hecho darme cuenta que cuando se estropea la lavadora no hay que dramatizar.

Dramatizar, que palabra tan grande y que poco significa. ¿De qué podemos dramatizar de verdad? Hoy en día, que se estropee la lavadora puede ser toda una tragedia para la convivencia de una familia. Nadie se plantea tener que lavar la ropa en la bañera y mucho menos ir al lavadero, como antiguamente se hacía.

El caso es que cuando se nos estropea un electrodoméstico creemos no tener salida y enseguida llamamos al técnico. Hasta este momento, creo que es algo natural, el problema viene cuando recibimos al técnico en cuestión y le abordamos como si fuera el salvador de todas nuestras desgracias. Cuando nos enfadamos con él porque el aparato no funciona o porque es la única persona en la que podemos desahogarnos. ¿Pero pensamos en ese profesional que viene a casa a arreglarnos nuestra “desgracia”?

Este cliente me ha hecho ver la otra parte de esta situación, cuando un técnico tiene que atender una media de unos 7-8 avisos, y en casi todos se les espera como agua de Mayo o como el saco de las h….

Estas personas, tienen sus problemas, sus familias, y vienen a nuestra casa para reparar las averías, temas complicados a veces y otras veces sencillos, pero por lo que me cuentan, lo más difícil para ellos no es saber qué es lo que le pasa a la máquina, sino lidiar con la persona que les espera mientras intenta hacer su trabajo. Ellos se tienen que centrar en lo que hacen, si la avería no se soluciona no sienten que su trabajo haya sido efectivo, incluso si se vuelve a estropear se sienten mal, mientras que si lo solucionan rápido, la persona se siente engañada por lo que tiene que pagar. Y ellos, son además los responsables de decir lo que cuesta la reparación de la avería y de cobrar.

Tengo que reconocer, que mientras escuchaba los problemas de estos trabajadores, yo misma me he sentido identificada con esos clientes que a veces no somos muy corteses cuando nos toca pagar. Pero ahora que he podido ver la otra parte de este trabajo, que por otra parte, tantas veces me ha ayudado a no tener que lavar la ropa en la bañera, y sé de lo que hablo porque alguna vez lo he tenido que hacer, me he sentido más cerca de sus circunstancias, de que cada vez que terminan su trabajo y vuelven al coche para dirigirse a otro nuevo “rescate”, espero que no lo hagan llevando en sus mochilas mis malos rollos y que puedan terminar su jornada laboral como cada uno de nosotros lo hacemos, sabiendo que hay cosas que hemos hecho bien y otras que podemos mejorar.

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