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Ivan Castillo Otero

12 pulgadas

Música bien escrita, por favor

Tenía un viaje relativamente largo en tren y me aprovisioné de lectura. Libro ya llevaba, la prensa del día se antojaba más que necesaria y me quedé diez minutos mirando la estantería del pequeño puesto en busca de algo más. Me fallé a mí mismo y compré una publicación que siempre me ha parecido bastante nula, pero es que la oferta que tenían no era muy amplia y la Renfe no iba a esperar por mi indecisión. Con quinientas de las antiguas pesetas menos en mi bolsillo por la compra de esta gaceta, me senté y comencé a leer. No diré como se llama la revista, que es la versión española de un mensual sobre música y que en su nombre tiene el de una banda histórica británica en singular.

Puede que no sea una voz suficientemente autorizada para algunos junta letras, pero los tres euros que me gasté en ella me dan poder necesario para contar lo siguiente. Desde el índice, muchos de sus artículos parecen la profanación musical al estilo “Sálvame”. Ya no eran solo los contenidos, ¡también había faltas! Comenzaba a hiperventilar. En las cinco primeras páginas había tres fallos bastante grandes de puntuación, un poco más adelante otro al introducir una cita con comillas. Frases inteligibles con trescientas subordinadas y esa sensación de que nadie había releído y repasado los textos antes de mandarlos a la imprenta. He leído revistas hechas en la facultad por estudiantes con más mimo y cuidado en todos los aspectos.

Todo esto me había escamado lo suficiente como para parar la lectura y marcharme a la cafetería del tren. Ya saben cómo van las cosas en estos sitios, donan un órgano y les ponen una Coca Cola; pero ese es otro asunto que no nos incumbe. Volví a mi asiento y, con todo el masoquismo de mi cuerpo en plena efervescencia, seguí hasta el final de la revista. Entonces llegó lo mejor: en uno de esos “originalísimos” reportajes sobre si el rock tiene futuro y cuál es su estado de salud o porque la gente ya no sale a luchar a las calles motivados por letras corrosivas, incluían las declaraciones de diferentes miembros de bandas hispanoparlantes. Todos eran conocidos menos uno. Para justificar la presencia de estos “sin nombre”, el redactor los “teloneaba” incluyendo el dato de que en su última grabación en directo colaboraron varios peces gordos del pop-rock nacional, a los cuales mencionaba. O tienes padrinos, o no eres nadie. Para salir en esas líneas debías tener una trayectoria o rodearte de colaboraciones. “Los manolitos, que no los conoce ni su madre pero contaron con estos famosos en su último directo editado, opinan al respecto…”, ya me entienden.

Llegué hasta la última página y seguía sin dar crédito. Faltas de todo tipo y ese mamoneo de lo más rancio. Esta publicación vive bajo el paraguas de un gran grupo, pero dudo que alguno de los jefazos de este lea la revista. Tal vez fuese lo mejor que algún día se cuele en el revistero de uno de ellos, para que vea lo que están sacando mes tras mes a la calle. Hace unos años tuve un congreso en el que un miembro de la Fundeu decía que un texto pierde toda su credibilidad cuando tiene fallos de este tipo. ¿Es mucho pedir que, por lo menos, ofrezcan artículos musicales bien escritos? Recordemos que están cobrando por ello y yo, tras ver lo que había comprado, me sentí ligeramente estafado. Espero que nadie se me enfade, siempre he tenido simpatía por el diablo.

Música, entre otras cosas

Sobre el autor

Donostiarra de nacimiento y medio coruñés por parte materna. Periodista por vocación. Mi abuela Juana vendía la prensa en un kiosco y la llamaban «la periodista»; así que soy el segundo de la familia que trabaja en el mundo de la comunicación. San Sebastián, Bilbao, Madrid y, ahora, A Coruña. Siempre estoy leyendo algo. Me gusta el rock y tuve un grupillo. Me interesa la historia. Sigo el calendario ciclista de pe a pa, y del fútbol soy de la Real Sociedad. También hago fotos.


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