Estábamos desayunando en el salón y era sábado, aunque confinados ya no tenga tanta importancia si es o no fin de semana. Después del chorreo informativo sobre el coronavirus dijeron en el 24 horas que Leiva había sacado una nueva canción. De nombre Mi pequeño Chernóbil, es autobiográfica y cita en la letra a Rubén Pozo, su compañero de fatigas en Pereza. En el videoclip, los flacos de la Alameda de Osuna comparten protagonismo junto a una pompa de jabón (¿casualidad?). Al verlo, por un momento me pareció que el tiempo se había detenido y que era un corte de Aviones.
Han pasado ocho años desde que lo dejaron. Desde fuera, dio la impresión de que no se llevaban mal, pero que habían pasado mejores épocas. Ambos apostaban muy fuerte por sus canciones (desde Aproximaciones se notaba bastante, pero no era algo negativo) y decidieron separar sus carreras con éxito dispar. A mí me gustó más el material de Rubén, que siempre había sido mi favorito. Tuve ocasión de entrevistarlo en Madrid y de charlar con él en el camerino tras un concierto en Bilbao, y en ambas ocasiones me pareció un tipo muy tímido, educado y alejado de la imagen que da sobre el escenario.
Para parte de la crítica especializada son los Tequila españoles: una banda canallita, de público juvenil y mayoritariamente femenino. Para un servidor son lo que se conoce como un guilty pleasure («placer culpable» en inglés) y si todo esto de la canción de Leiva es un globo sonda para ver cómo está la hinchada de Pereza y, si eso, volver, cabe la posibilidad de que peque y trataré de verlos en directo. Que me perdonen los más puristas del lugar. Por los no tan viejos tiempos.