Este sábado por la noche toca cabecera del himno de Europa con el logo de la UER, números musicales con pompa y artificio, largo rato de votaciones con tour por todo el continente (Skopje calling!, Tallin calling!, Helsinki calling! y demás) y, probablemente, un sinsabor español. La normalidad sí que es transversal y, aunque todavía no pueda ser con el emperifollamiento habitual, Eurovisión ya está aquí.
Vuelve tras un año de parón obligatorio por la pandemia y sin las canciones de 2020, que han quedado en un limbo. El covid nos ha dejado sin poder disfrutar de las propuestas de Rusia e Islandia, dos actuaciones que prometían. La de los rusos corría a cargo de Little Big, que iban a aterrizar en los Países Bajos con la divertida Uno. Aunque los artistas sí podían repetir en 2021, no será su caso. Manizha será la representante del país con la movida Russian Woman. Es una conocida activista del movimiento LGTBIQ+ y se reivindica como una mujer feminista, algo que ha generado controversia entre algunos de los sectores más conservadores de Rusia. Daði & Gagnamagnið, que en 2020 se presentaban con la fantástica Think About Things, volverán a ser los representantes de Islandia. Llegan con 10 Years, que, sin ser tan buena como la del año pasado, es una opción con posibilidades.
Y España… a verlas venir. Blas Cantó es un artista joven y polivalente que llega con una canción, titulada Voy a quedarme, que, en mi opinión, es floja. Además, de las dos opciones que presentaron para que el público soberano decidiera, era la que menos me motivaba. Universo, que era la propuesta para 2020, me emocionaba menos que un zafarrancho de limpieza dominical en casa y veía en la presente edición del concurso una oportunidad de buscar algo con lo que se aprovecharan más las múltiples cualidades del murciano. Las apuestas lo sitúan en el vagón del cola, en el top 5 de los que menos opciones tienen de ganar.
La actualidad y la política no suelen perderse el festival y veremos cómo afectan los bombardeos en Gaza a la candidatura de Israel. A Reino Unido, por ejemplo, no está claro si el Brexit le penalizó, puesto que antes de 2016 ya venían haciendo resultados discretos quitando algún año y han seguido en la misma línea tras salir de la Unión Europea (tocaron fondo con el farolillo rojo en 2019). El caso israelí es diferente, puesto que en 2018 se llevaron el micrófono de cristal y un muy mal resultado (sobre todo en el voto popular) se leería en clave de castigo.
Eurovisión es un espectáculo (caro para los entes públicos, por cierto) de puro entretenimiento que se disfruta más en compañía, ya sea presencial o a través de las redes sociales y las aplicaciones de mensajería. Así que, si no tienen un plan mejor, no se lo piensen. Con el contexto actual, no estamos en disposición de desechar buenos ratos.